Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

martes, 16 de mayo de 2017

153) Genocentrismo VII


Genocentrismo VII.


Manu Rodríguez. Desde Gaiia (16/05/17).


*


*Empatía. Sentir el mundo como lo hace el otro (el otro individuo humano, el otro ser vivo…). Ponerse en el lugar del otro.
La simulación del sistema perceptivo de algunos organismos (el ojo de la mosca, por ejemplo). Los colores (las frecuencias) que perciben otros seres vivos –su espacio del espectro electromagnético.
La simulación del mundo entorno percibido por cualquier especie. Foto-receptores, quimio-receptores, mecano-receptores… Formas, colores, sonidos, vibraciones, palpaciones, sabores…
La vida que se apercibe de sí es siempre una y la misma. En la ameba o en el humano.
El ‘ich’ de la célula (y de todo ser vivo) se encuentra en su genoma –‘es’ su genoma. Se encuentra en el protoplasma, ciertamente, pero no en todo éste y repartido –por así decir.
Perspectiva y conciencia de sí. El lugar desde el cual se mira, se palpa, se va… determina el ‘quién’.
La mirada antropocéntrica (fenocéntrica o cariocéntrica), y la mirada genocéntrica.
Colocarse en el lugar de la vida; en el lugar del creador, no de la criatura –del  genoma y no del soma (cualquiera que éste sea).
El centro irradiador. El ‘yo’, el sujeto último en toda volición, en toda percepción y apercepción, y en toda actividad. La sustancia genética libre o enucleada; la sustancia viviente única.
El lugar de la vida; la perspectiva de la vida. Conciencia de sí no como ‘hombre’,  sino como vida.
El paso de la periferia al centro. El centro es el origen (ur-eigen), es el uno primordial (ur-ein). El lugar del ‘uno’; el lugar de la vida.
La conciencia transespecífica. Más acá de la forma específica (el cariotipo, la especie), más acá del soma. La conciencia génica. La conciencia del ser mismo de la vida.
Nosotros somos la vida. Simplemente.
Decir vida es decir percepción y apercepción, es decir pensamiento y memoria, es decir voluntad… Todo aquello que decimos de la vida es vida –consustancial a la misma vida.
La vida no puede ser sino inteligente, memoriosa, volente, pujante, semoviente…
¿Por qué no hablar de vida descendente y de vida ascendente? Las palabras de los hombres no son más que síntomas de su sistema vital (al decir de Nietzsche).
La vida habla en el hombre (en la criatura) a pesar del hombre. Vida cansada, agotada… pretérita, senil… contra vida activa, voluntariosa, creativa… futura. El nihilismo que Nietzsche detectó. El agotamiento, la decadencia de la vida en el hombre. Vida cansada de sí misma.
Me niego a pensar en la vida cansada de sí misma. Es la voz de los últimos hombres, de aquellos que aún no ha encontrado el lugar del ser. Muertas o derribadas las ilusiones antropocéntricas del pasado, el ‘hombre’ no encuentra lugar que le satisfaga. Pero el hombre es algo que tiene que ser vencido, superado, adelantado, dejado atrás.
La crisis de identidad antropocéntrica (esa pertinaz ilusión). Viento, fuerza sin norte. Porque el hombre no mira al centro, al origen. El hombre (la criatura) sigue prendido/prendado en su imagen. Se sigue teniendo como el vértice de la evolución. Y ahora se complace con la decadente, mórbida, pálida imagen de su fin; se complace en la muerte.
La impostura de la criatura. La soberbia, la arrogancia. La ignorancia, la estupidez. La usurpación del lugar santo, del lugar del ingeniero, del creador.
La descentrada perspectiva humana (su particular ilusión). Creerse el centro.
La vida desalojada, apartada, descuidada… usurpada.
La voz del hombre se opone a la voz de la vida. El egotismo del hombre, de la criatura. Egotismo devastador, destructor, aniquilador…  Absurdo, loco, delirante…
Como vida, nada proveniente de la vida nos debe resultar ajeno. La línea ascendente, la línea descendente. La línea de la fuerza, la línea de la debilidad… La luminosa y la oscura…
La presa y el depredador. No puede ser lo uno sin lo otro. Es la armonía inaparente. Es una ‘biodicea’, si se me permite el neologismo.
La construcción/creación del mundo (interno). ¿Quién interacciona con el medio; quién se hace una idea de éste? ¿Quién interpreta?
La mentira, la simulación, el engaño… La capacidad de simular otra ‘realidad’, otro ‘mundo’, debería hacernos reflexionar. Porque el engaño se hace para el otro –se  le hace creer al otro que se está muerto, por ejemplo. Podemos decir que tanto para la ‘conciencia’ del engañador como para la ‘conciencia’ de la víctima, ambos están en el mismo ‘mundo’. Los respectivos ‘mundos’ no pueden ser tan inconmensurables o incomparables.
La simulación en la caza. Las fintas en las carreras entre depredador y presa (el engaño mutuo). Las estrategias de engaño (el hincharse o el desplegar el plumaje simulando ser más grande de lo que se es…). La ‘mimesis’.
Me atrevo a decir que nadie está más cerca de la verdad que el mentiroso.
La verdad y la mentira son consustanciales a la vida. La fuerza bruta, la violencia… la ternura, la piedad… La indiferencia y la solicitud, e incluso el sacrificio (las madres se sacrifican para salvar a las crías). La defensa y el ataque…
Todo es función de la supervivencia (aunque la madre perezca, los genes se salvan si se salvan las crías). En la vida, la sustancia genética tiene la primacía (manda).
Todo aquello que observamos en las criaturas podemos atribuírselos al creador.
Tal vez esté aquí la fuente de nuestra libertad –de la libertad de la misma vida. Nuestro comportamiento es el de la vida. La elección (el camino).
En nuestra mano está el ser veraces o falaces. Todo depende de las circunstancias. Si la vida corre peligro, por ejemplo. O en vistas de alguna ganancia (de alimento, de prestigio, de poder…).
Un mundo en el que se puede hablar de apariencias… Todo ser vivo es consciente de esto. Si sufre engaño o no. Si es verdad aquello que percibe… 
Esta dualidad entre apariencia y realidad, vivida por todos los seres vivos (por la vida), es digna de ser pensada.
Discernir, saber/poder discernir entre la apariencia y la realidad; entre la verdad y la mentira. Esto da por supuesto que hay una ‘verdad’ –un mundo verdadero.
No ser engañado. Que no nos engañen las apariencias, o las mentiras del otro.
La inteligencia para discernir, para no caer en la trampa (en la simulación, en el engaño) que nos tiende el otro (o aquello que se nos aparece).
El amigo y el enemigo. La competición, la concurrencia.
La voluntad de verdad tiene que ver con la misma vida. Es esencial para la supervivencia, para el dominio del medio. Saber con certeza por donde vamos, si eso es lo que parece ‘ser’ (lo que a primera vista ‘me’ parece que es)… o cuáles son las verdaderas intenciones del otro.
Un mundo en el que puedo ser engañado, en el que puedo también equivocarme en la apreciación (ponderación) de lo que me rodea.
Este es un tema fecundo y que nos pone sobre la pista de algo que no acertamos aún a decir (a nombrar).
Nos movemos en un mundo de apariencias y realidades –en el que ‘yo’, la misma vida, participo. Nosotros, la vida, contribuimos al engaño, a la ilusión.
Esa criatura quiere que yo, que aparezco en su horizonte, crea que está muerto, o que es venenoso, o que es grande y peligroso…
La vida es consciente de esto desde su origen. La simulación en los ataques de virus a las células. La vida siempre cuenta con esto en su deambular –que puede ser engañada, y que el engaño puede tener consecuencias fatales para el propio ser. Es vital este discernimiento, esta intelección, esta interpretación no errónea del medio entorno.
Una aprehensión no errónea, no engañosa, cierta, certera… Para esto se requiere inteligencia, experiencia, memoria… mundo interno, apercepción.
No querer ser engañado. Voluntad de verdad. El dominio del medio es esencial para la continuidad de la misma vida.
El mundo interno que se construye cada especie o grupo es verdad en el más alto sentido.
Moverse entre la apariencia y la realidad.
El ser que puede mentir; que puede ser engañado.
Todo esto nos pone sobre la pista de la verdad, y de la voluntad de verdad. Hay un mundo verdadero, después de todo. Es un mundo en el que nosotros podemos saber si se nos miente, o si estamos equivocados. El referente último, por consiguiente, es el (un) mundo ‘verdadero’.
Como se ve la vida juega con todo esto. Se mueve en un mundo real, cierto. Porque el engaño y el error forman parte de este mundo verdadero.
La atracción, la seducción fatal. Las trampas mortales (las que las plantas carnívoras usan para atrapar insectos).
La mentira y el error traen de suyo la verdad y el acierto (la certidumbre).
Entre la mentira y la verdad, entre lo verdadero y lo falso, entre la apariencia y la realidad…
La vida introduce en este mundo la simulación y el engaño. El medio abiótico no engaña, puede confundirnos (podemos engañarnos con respecto a él), pero no miente. Sólo la vida puede mentir.
La vida también introduce en este mundo la voluntad de verdad.
La incertidumbre de la criatura es la incertidumbre del creador. No hay otra incertidumbre que la del creador (la del ingeniero, la de la sustancia genética).
Bien, nada de esto sería posible sin la previa señalización, semiotización o simbolización del mundo entorno, de un mundo entorno interpretado.
*La sustancia genética se aísla del mundo entorno, protege su delicado y frágil ser. Desde las fundas o cápsides víricas hasta los dispositivos somáticos peri o extra nucleares.
El contacto que se tiene con el mundo entorno es un contacto diferido.
Lo que la sustancia genética posee del mundo entorno es una idea, una representación –en virtud de sus receptores de membrana y de las transducciones que le llegan. Y esto sucede en todos los niveles de organización (en todos los organismos o seres vivos).
El mundo entorno es un medio a aprehender, a asimilar… a ‘dominar’.
El término ‘dominio’ tiene el sentido de ‘maestría`, como cuando decimos que fulano tiene un gran dominio en tal o cual materia (de actividad o de conocimiento) o instrumento musical. Dominio, pues, como maestría y como suma familiaridad con el medio biótico y abiótico. Intimidad, familiaridad.
La ‘bondad’ de la representación es esencial para la continuidad de la misma vida. Cuanto mejor sea la representación que del mundo entorno se tenga tanto mejor para la vida. La excelencia, la optimidad en la representación.
Representación y mundo interno –subjetividad.
Mundo entorno interiorizado –previa transducción.
El soma (el fenotipo) del cariotipo específico humano. Su aptitud. Su complejidad.
Entendernos como vida, como sujeto último. Nosotros somos la vida. Experimentarnos, vivir… pensar, querer, sentir…
El misterio de nuestra existencia en el mundo –la existencia de la vida. El ser viviente. 
Hasta ahora (aún ahora) habla el hombre, la criatura. Sus palabras no nos sirven. A partir de ahora queremos saber lo que dice la vida.
La vida debe tomar la palabra en el hombre –el creador en la criatura. El hombre debe callar… debe desaparecer.
El hombre ha usurpado la obra de la vida. Es la vida la que estaba detrás de sus creaciones; de su arte y de su pensamiento. 
Podemos decir que la vida siempre ha hablado en nosotros.
La pregunta por el ser, en sentido heideggeriano, no la hace el hombre, sino la misma vida.
Todo lo que sucede en la naturaleza viviente, todas sus manifestaciones… es obra de la vida. Es la vida la que se expresa en cada una de las formas vivas. En el mundo microbiano, en insectos, en aves, en peces… en árboles y plantas de todo tipo…
Es la vida la que canta, muge, brama… Son los sonidos, olores, y colores de la vida.
El ser viviente que subyace como sujeto único en todo organismo.
Este cielo, este aire, esta luz… La tierra, el suelo, el agua… La presión, la gravedad, la temperatura… Todo aquello que contribuye a nuestro ser. Nuestro ser con  el agua y la luz… La cuna, el hogar, la casa… la morada.
Nos fascina este entorno abiótico. El espíritu de maravilla no puede venir sino de la misma vida.
Los mundos biótico y abiótico co-evolucionan a una. Mutuamente se afectan. La temperatura o la atmosfera no son entes invariables y eternos. La vida interviene, contribuye… transforma, habilita el medio abiótico. Y a la inversa, los cambios ambientales sobrevenidos afectan a las formas vivientes.
La naturaleza del suelo, del agua, del aire… tiene que ver también con la actividad de la vida en este planeta.
El aspecto, la faz de este planeta es obra de lo viviente y de lo no viviente. La interacción, la co-implicación… La obra común.
Respeto, veneración. Cuidado, protección. La vida necesita cuidar, proteger su hogar. Protegerlo de sí misma, en primer lugar.
Sólo en la especie humana la vida aparece como consciente de sí misma y de las consecuencias de sus actos. Esta afirmación puede parecer precipitada o gratuita, pero en mi opinión no lo es. Basta observar el comportamiento predador, explotador, devorador… de todas las formas vivas, completamente indiferentes a las consecuencias del crecimiento demográfico, o a la posibilidad de aniquilación de sus fuentes de alimentación (esto sucede con los herbívoros y con los carnívoros).
Los desastres ecológicos o ambientales no son obra exclusiva de los humanos. Las innumerables formas vivas no cuidan ni mucho ni poco de su medio entorno.
Sin embargo hay que decir que las perturbaciones que las formas vivas ocasionan en el medio entorno no tienen ni de lejos el alcance o las consecuencias del modo de vivir de los humanos (sus métodos de explotación del medio entorno).
Dicho esto, repetimos que únicamente en el cariotipo humano se ha dado tal conciencia. Es la vida, pues, la que introduce, por medio de su criatura humana, la moral y la conciencia ecológica en el mundo. Es la vida, en último término, la que habla aquí y dice su palabra.
La conciencia génica o genómica, la conciencia de ser sustancia genética, esto es, la misma vida, supone un salto evolutivo sin precedentes en la historia de la vida en este planeta –en toda nuestra historia. Éste es el momento que vivimos.
Empezamos de nuevo. Todo por hacer. Una nueva cultura a la altura del saber nuevo. Ahora nos sabemos. Ahora somos conscientes de nuestro ser. Ahora sabemos quiénes somos. Nosotros somos la vida.
Ser es vivir, es pensar, es querer… No hemos de buscar más el ser nuestro. Ahora es el ser nuestro el que se interroga acerca de su ser y del ser de aquello que no es –el entorno abiótico. El ser de lo ente en su totalidad.
Nosotros somos la materia inteligente y pensante en el cosmos. Materia viviente, y consciente de sí. Tal conciencia y tal saber eran nuestro destino. Esta autognosis, esta revelación. Ahora iniciamos una era infinita. La era de la vida.
*
Hasta la próxima,
Manu

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