Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

sábado, 27 de mayo de 2017

154) Genocentrismo VIII


Genocentrismo VIII.


Manu Rodríguez. Desde Gaiia (27/5/17).


*


*La soledad de la vida en el cosmos. No hay otra soledad que la nuestra. Es una soledad y un abandono total, radical, absoluto. Islas vivientes en el cosmos. Distancias insalvables. Eternamente aislados.
*El periodo genocéntrico que ahora iniciamos modelará la vida en la tierra. La vida será lo principal, lo primero.
El Uno que somos. El triunfo del Uno, el triunfo de la vida.
Xenus/Nexus. Dioxenus/Dionexus. El dos veces nacido. Este conocimiento nuevo, esta revelación, supone un renacimiento de la misma vida. Ahora la vida nace a sí misma. Se reconoce, se conoce, sabe de sí.
El instante misterioso en el que la vida se nos revela; en el que la vida se revela a sí misma. Instante brillante, luminoso. Inefable. El instante que trae la alegría.
Los ojos de la vida, el oído de la vida… La vida que mira y oye con los receptores de su cariotipo específico humano. Que habla la lengua de los humanos. Que parte del mundo de los humanos.
Las nuevas palabras que vienen. Los nuevos discursos. La nueva poesía, la nueva música… Cuando la vida desempeñe y rubrique toda actividad… Nos la vida.
No habrá discursos individuales humanos. No habrá otro actor, ni otro autor, que la misma vida.
Cambia la mirada, la perspectiva; el lugar desde el cual se habla, se piensa, se escucha… Es otra visión, otro horizonte… Es otro el que mira.
Transformación, vuelco… Desplazamiento hacia el centro. Todo cambia. La mirada. El ser. El que palpa, y lo palpado. El mundo todo cambia.
Nuevo mundo, pues. Nuevos horizontes…
Hay que purgarse del hombre, de la criatura; deshacerse de él. Quedar en nada, vacío.  Para que la vida pueda emerger, revelarse, hacer su aparición. El instante súbito y fugaz de la revelación. La iluminación. Instante indeleble –pese a su inefabilidad. Como sol que nunca se pone permanece en nuestra memoria –en nuestro mundo interno de cada día.
Ésta es mi interpretación del instante misterioso. Así lo siento y lo vivo ahora.
¿Qué paso allí? Que la vida se me reveló. A sí misma, de sí misma, para sí misma… La vida se da a conocer a sí misma. Esto quiere decir que antes no se conocía, no sabía de sí.
¿Por qué? ¿Cómo puede la vida ignorarse a sí misma? ¿Qué la aparta de sí misma?
El mundo (los mundos) de los hombres apartaba a la vida de sí misma. Los mundos antropocéntricos que elaboraron los grupos humanos.
La vida alienada de sí. Si esto es posible. La esencia. El ser que no se sabe.
El ser distraído, confundido, disperso… Pero también, suplantado, impostado. Alguien ocupaba su lugar.
La vida desaparecida; hundida, subyugada... explotada. Desconocida para sí misma. Sin voz.
Todo eso ha pasado ya. La vida se ha liberado –a sí misma, de sí misma. Ya no es vida alienada (en otro, por otro, para otro), sino vida consciente de sí.
Cansa, aburre ya el mundo (los mundos) de los humanos, tan erráticos, tan descentrados. Tan endiosados, también. Ya no es ni siquiera una criatura interesante.
El hombre no sabe conducir el carro de la vida (o de gobernar el planeta, como ahora se pretende). No es apto, no vale.
El hombre se ha llegado a convertir, incluso, en un obstáculo para la vida. Su pertinaz antropocentrismo. Se sigue creyendo el señor de las bestias.
La vida aparece confundida en el hombre. Ha permitido que el hombre hable y obre a su antojo durante miles de años creyéndose el centro de la naturaleza y de la vida. Y así va todo. El planeta parece que va a derrapar, que va a comenzar a dar vueltas y vueltas… que va a quedar destrozado.
La pulsión cognoscitiva en la criatura humana era la pulsión cognoscitiva del creador. La vida empujaba, instaba al hombre (a su criatura) a conocer, a investigar…
Hace más de sesenta años del descubrimiento de la sustancia genética, y aún nada. Sigue hablando el hombre. Parece como si ese saber no le concerniera, o no tuviera nada que decirle como ser viviente. No se da por aludido. Ni siquiera aquellos que viven desde dentro las ciencias de la vida –los biólogos, que tendrían que haber sido los primeros en advertir la desmesurada importancia de tal conocimiento.
Ni siquiera los biólogos se tienen a sí mismos como vida. Filosofías y teorías ‘ad usum hominis’. Filosofía de la biología, biosemiótica, ecosofía, ecología profunda…
La vida sabe ahora acerca de sí misma. Los hombres creen que acumulan conocimientos, pero es la misma vida la que aprende acerca de sí. Podríamos decir que la vida se experimenta a sí misma por primera vez. Se contempla, se contempla a sí misma en su ser material.
El Uno primordial. La conciencia que la vida, ahora, puede tener acerca de sí misma.
La misma vida en todos y cada uno de los organismos que pueblan el planeta. La sustancia viviente única. La unidad de todo lo viviente.
Conocimientos que son como iluminaciones que la vida recibe acerca de sí misma.
Sigo sin comprender cómo después de tantos años la perspectiva genocéntrica no se ha impuesto; cómo es posible que aún siga hablando el hombre. Cómo es que éste no ha desaparecido (siquiera fuese en el campo de las ciencias de la vida). Pero todo sigue igual.
Recuérdese el caso de las patentes genéticas de la industria farmacéutica. Esto es tan solo una anécdota que denota cuán lejos estamos aún de nosotros mismos. Para el ‘hombre’ la sustancia genética es otra fuente de lucro, otro negocio. ¿Cómo se consiente esto? Se comercia con la esencia de la vida, con la misma vida. Esto sucede porque aun prevalece el hombre. El último hombre, por cierto.
El acontecimiento de los acontecimientos. Tarde o temprano la vida en este planeta triunfará, se impondrá. La perspectiva de la vida, la mirada de la vida.
Cuando la perspectiva genética prevalezca nada humano tendrá sentido. Sus querellas, sus conflictos, sus creencias… Sus Estados, sus naciones, sus pueblos… No tendremos más que el aire, la tierra, el agua, la luz… El hogar quedará limpio de trastos humanos.
La corriente animalista, aún fenocéntrica, antropocéntrica… Aquellos que hablan de los derechos de los animales, de extender los derechos humanos a los animales… Ese lenguaje arcaico, obsoleto. Ya no procede hablar así.
El desquiciamiento generalizado en el planeta. La locura humana. La huida hacia adelante. Los paliativos, los parches… las enmiendas. Lo escandaloso del comportamiento humano. Se ha perdido por completo el control.
Sólo la toma de conciencia genética salvará el planeta, el hogar. Cuando los hombres se vean a sí mismos como vida.
La ruina del hombre, esto es lo que viene. Su desplazamiento a la periferia. Cuando la conciencia genética se generalice, cuando triunfe la mirada de la vida.
Es un mundo nuevo lo que viene. No hay duda.
Es la vida la que debe despertar en el hombre y cobrar conciencia de sí.
El hombre sigue creyéndose en la tierra el señor de las criaturas, o el pastor del ser, o el que debe lograr su autorrealización…  Se afianza, en cualquier caso, a sí mismo.
El hombre debe ser superado, dejado atrás. Es, hoy por hoy, el mayor obstáculo, el mayor enemigo de la vida.
Una vida ligada a la tierra, al suelo, al aire, al agua, a la luz… Una vida que se reconoce en toda vida. Porque no hay sino una sola sustancia viviente. Porque es la misma en el árbol y en el ave.
Maestría, dominio absoluto sobre las cosas de la vida. Sobre nosotros mismos y nuestro entorno abiótico. Conocernos cada vez más y mejor.
El camino de la vida. La autorrealización de la misma vida. El llegar a ser lo que se es. Pura vida.
El Uno primordial. La unión con el Uno. La identificación. La experiencia reveladora del propio ser. Nuestra pertenencia al Uno. Nosotros somos el Uno primordial. Nosotros somos la esencia, el ser, la vida.
El Uno fragmentado, escindido, roto… repartido en las criaturas. Enfrentado consigo mismo, devorándose a sí mismo. Regenerándose eternamente.
Unidades geno-somáticas eventuales, contingentes, perecederas. Las unidades pasan pero la sustancia genética permanece.
La reproducción es un deber. Mediante la reproducción la sustancia genética se garantiza la perduración, la eternidad.
Una sustancia que cuenta con millones y millones de años de experiencia, y de vivencias. Una sustancia arcaica, ancestral. El Uno primordial.
El horizonte temporal de la vida es la eternidad.
La sustancia genética, el príncipe, el principio destronado. El hombre sigue llevando las riendas de este planeta. El hombre sigue siendo el dux, el conductor de este planeta; sigue siendo el piloto de la nave. Es la codicia de oro y de poder de los humanos la que se enseñorea en el planeta. La falta de escrúpulos de esta criatura enloquecida. Se talan bosques (por su apreciada madera), se contaminan las aguas, el suelo, el aire… Se perjudica a la vida una y otra vez. Comportamiento indecente, cínico, cruel… e indiferente a las consecuencias, como ajeno… Éste será el recuerdo que quede de los hombres –del período humano.
El hombre domina el planeta. Lo explota, lo exprime… lo contamina, lo seca. Mancilla el aire, el agua, el suelo, la luz… Su codicia no conoce límites ni tolera barreras. Guerra, guerra, guerra… la cotidianidad de los humanos. Guerra por el prestigio, por el poder, por las materias primas, por el territorio…
Trascender. Más allá. Lo trans-humano. Conciencia trans-específica.
Dejar atrás todo lo humano. Los parámetros culturales, lingüísticos, étnicos, nacionales… personales. Los deseos, las necesidades, las demandas… Purgarse de lo humano. Renacer a la vida, al Uno. Reconocerse en el Uno. No hay otro camino, otra salida. Deshacernos del hombre en nosotros –de la criatura.
La vida confundida por su más admirable realización. La criatura humana. Alienada en su obra.
Es la vida la desnortada, la extraviada. La que tiene que cobrar conciencia de sí. La que tiene que alcanzar la autorrealización. La que ha de purgarse.
Es la vida la que toma el camino de recuperación. La iniciativa parte de la misma vida. Algo me sobra. Algo me impide ser más plenamente. Algo me impide ser lo que soy.
Las seducciones, los engaños de las religiones de salvación o liberación. De sus iniciadores. Se apostan en el camino y desvían a los viandantes de sí mismos. Los seducen (los atraen hacia ellos): “Yo soy el camino…”. Los narcisos. Trampas letales que alejan del propio ser.
Es la vida la que ha de espabilarse. El cometido no es la liberación o la realización del hombre (como cristiano, como budista, como…). Es la vida la que ha de realizarse o liberarse; la que ha de reconocerse; la que ha de cumplir su destino.
Volver sobre sí. Retornar. Reencontrarse. Recuperarse. Tenerse a sí mismo. Esa experiencia. La vida que a sí misma se tiene, se posee.
Cuando la vida ya nada desea porque se tiene a sí misma. Nada le falta, nada necesita… Esa sensación de autosuficiencia. El ser que a sí mismo se tiene. Uno consigo mismo. Ya no escindido, ya no enfrentado consigo mismo. La unidad, la cohesión. Una sola cosa.
Los hombres se interponen constantemente en el camino de realización de la vida. Los ‘humanismos’ (los ‘hombres’) pululan. La realización estoica, la cristiana, la budista… la marxista, la existencialista, la ecológica de última hora… La multitud de ‘conciencias’…
Purgarse de lo humano. Es lo primero.
¿Qué puede ser tomado del pasado? ¿Qué puede serle útil a la vida? ¿Qué poesía, qué música, qué filosofía...? La menos antropocéntrica. La que pueda ser tomada por la vida sin desmedro de su ser. Aquello que la misma vida hubiera creado. Lo menos humano. Aquello que puede ser suscrito por la vida. Es una labor que queda. Sopesar el pasado creativo de la humanidad.
Lejos de todo patetismo humano. Su histrionismo, su sobreactuación…  Su vano narcisismo.
Lo sublime vital –no lo sublime humano. Esto es lo que hay que rescatar del pasado.

Apenas nada del pasado nos vale. La vida debe valorar ahora. Qué del pasado le viene, le dice. Es un juicio.
El cuerpo es el cuerpo del genoma. El cuerpo, el soma, es la morada del genoma.
El cuerpo es expresión del genoma. La gracia del soma es la gracia del genoma.
El genoma es el alma (la ‘psykhé’ de Aristóteles, el principio vital y formal del soma).
Los gestos, las facciones, las posturas… El genoma se expresa en su soma.
El genoma es el sujeto único en toda actividad que el soma realice. Es el genoma el que eleva su brazo…
Dentro de la jerarquía del cuerpo podemos decir que en las células que conforman el cerebro-sistema nervioso (el sistema nervioso central-periférico) radica el sujeto. Sin olvidar las relaciones que cerebro-sistema nervioso mantiene con el sistema endocrino y el sistema inmunitario. Estos tres parecen regir el cuerpo.
Los estados de ánimo que advertimos en el soma, son los del genoma, son estados del genoma.
La coordinación del soma es obra del genoma. Su sincronización. Las células que pilotan, que velan, que protegen al soma.
El soma es la morada, el vehículo… del genoma.
Podemos ver las células (el entramado) del sistema nervioso mover ese cuerpo, alzar el brazo, saludar… Mover las cuerdas vocales, hablar…
Las enervaciones… El genoma está repartido por todo el cuerpo. Las sensaciones, las percepciones… Las terminales nerviosas. Los perceptores y los efectores.
En todo momento el genoma interacciona con el exterior (lo más allá de la piel, de la membrana). Recibe y emite. Con sus ojos, con sus oídos…
Es un ejercicio de imaginación. Tras la piel, las terminales nerviosas periféricas, neuronas que transmiten (y transducen) el mundo entorno, que llevan esa información al sistema nervioso central (al encéfalo). Tras el encéfalo, las neuronas. En las neuronas, el núcleo con su genoma. La entrada (la vía aferente) y la salida (la vía aferente). Las neuronas sensitivas y las motoras. El vertiginoso procesamiento de la información.
La coordinación y la sincronización de los millones de células del sistema nervioso. Y todo sucede en milisegundos.
El mismo genoma en cada una de las células del soma. La super-coordinación a una velocidad de vértigo.
Hemos de acostumbrarnos a ver el genoma en el soma. El genoma, el que subyace en cualquier actividad; el sujeto único. 
Ver o percibir al genoma (el genouma, el alma…) en la mirada, en los gestos, en la voz… En todo el aparecer del soma.
La superficie, la piel –la membrana. Una unidad delimitada por su piel o su membrana.
Las terminales nerviosas se extienden por todo el organismo, y con ellas el genoma.
La expresión simbólica (colectiva, compartida, universal). La señalización. La semiotización. La socialización de los signos. El aprendizaje de los signos…
El genoma no puede expresarse sino histórica y culturalmente.
En cualquier caso, ver el genoma en el soma (el alma en el cuerpo, si se prefiere).
El genoma. El ser genético. La vida. El Uno.
*
Hasta la próxima,
Manu

martes, 16 de mayo de 2017

153) Genocentrismo VII


Genocentrismo VII.


Manu Rodríguez. Desde Gaiia (16/05/17).


*


*Empatía. Sentir el mundo como lo hace el otro (el otro individuo humano, el otro ser vivo…). Ponerse en el lugar del otro.
La simulación del sistema perceptivo de algunos organismos (el ojo de la mosca, por ejemplo). Los colores (las frecuencias) que perciben otros seres vivos –su espacio del espectro electromagnético.
La simulación del mundo entorno percibido por cualquier especie. Foto-receptores, quimio-receptores, mecano-receptores… Formas, colores, sonidos, vibraciones, palpaciones, sabores…
La vida que se apercibe de sí es siempre una y la misma. En la ameba o en el humano.
El ‘ich’ de la célula (y de todo ser vivo) se encuentra en su genoma –‘es’ su genoma. Se encuentra en el protoplasma, ciertamente, pero no en todo éste y repartido –por así decir.
Perspectiva y conciencia de sí. El lugar desde el cual se mira, se palpa, se va… determina el ‘quién’.
La mirada antropocéntrica (fenocéntrica o cariocéntrica), y la mirada genocéntrica.
Colocarse en el lugar de la vida; en el lugar del creador, no de la criatura –del  genoma y no del soma (cualquiera que éste sea).
El centro irradiador. El ‘yo’, el sujeto último en toda volición, en toda percepción y apercepción, y en toda actividad. La sustancia genética libre o enucleada; la sustancia viviente única.
El lugar de la vida; la perspectiva de la vida. Conciencia de sí no como ‘hombre’,  sino como vida.
El paso de la periferia al centro. El centro es el origen (ur-eigen), es el uno primordial (ur-ein). El lugar del ‘uno’; el lugar de la vida.
La conciencia transespecífica. Más acá de la forma específica (el cariotipo, la especie), más acá del soma. La conciencia génica. La conciencia del ser mismo de la vida.
Nosotros somos la vida. Simplemente.
Decir vida es decir percepción y apercepción, es decir pensamiento y memoria, es decir voluntad… Todo aquello que decimos de la vida es vida –consustancial a la misma vida.
La vida no puede ser sino inteligente, memoriosa, volente, pujante, semoviente…
¿Por qué no hablar de vida descendente y de vida ascendente? Las palabras de los hombres no son más que síntomas de su sistema vital (al decir de Nietzsche).
La vida habla en el hombre (en la criatura) a pesar del hombre. Vida cansada, agotada… pretérita, senil… contra vida activa, voluntariosa, creativa… futura. El nihilismo que Nietzsche detectó. El agotamiento, la decadencia de la vida en el hombre. Vida cansada de sí misma.
Me niego a pensar en la vida cansada de sí misma. Es la voz de los últimos hombres, de aquellos que aún no ha encontrado el lugar del ser. Muertas o derribadas las ilusiones antropocéntricas del pasado, el ‘hombre’ no encuentra lugar que le satisfaga. Pero el hombre es algo que tiene que ser vencido, superado, adelantado, dejado atrás.
La crisis de identidad antropocéntrica (esa pertinaz ilusión). Viento, fuerza sin norte. Porque el hombre no mira al centro, al origen. El hombre (la criatura) sigue prendido/prendado en su imagen. Se sigue teniendo como el vértice de la evolución. Y ahora se complace con la decadente, mórbida, pálida imagen de su fin; se complace en la muerte.
La impostura de la criatura. La soberbia, la arrogancia. La ignorancia, la estupidez. La usurpación del lugar santo, del lugar del ingeniero, del creador.
La descentrada perspectiva humana (su particular ilusión). Creerse el centro.
La vida desalojada, apartada, descuidada… usurpada.
La voz del hombre se opone a la voz de la vida. El egotismo del hombre, de la criatura. Egotismo devastador, destructor, aniquilador…  Absurdo, loco, delirante…
Como vida, nada proveniente de la vida nos debe resultar ajeno. La línea ascendente, la línea descendente. La línea de la fuerza, la línea de la debilidad… La luminosa y la oscura…
La presa y el depredador. No puede ser lo uno sin lo otro. Es la armonía inaparente. Es una ‘biodicea’, si se me permite el neologismo.
La construcción/creación del mundo (interno). ¿Quién interacciona con el medio; quién se hace una idea de éste? ¿Quién interpreta?
La mentira, la simulación, el engaño… La capacidad de simular otra ‘realidad’, otro ‘mundo’, debería hacernos reflexionar. Porque el engaño se hace para el otro –se  le hace creer al otro que se está muerto, por ejemplo. Podemos decir que tanto para la ‘conciencia’ del engañador como para la ‘conciencia’ de la víctima, ambos están en el mismo ‘mundo’. Los respectivos ‘mundos’ no pueden ser tan inconmensurables o incomparables.
La simulación en la caza. Las fintas en las carreras entre depredador y presa (el engaño mutuo). Las estrategias de engaño (el hincharse o el desplegar el plumaje simulando ser más grande de lo que se es…). La ‘mimesis’.
Me atrevo a decir que nadie está más cerca de la verdad que el mentiroso.
La verdad y la mentira son consustanciales a la vida. La fuerza bruta, la violencia… la ternura, la piedad… La indiferencia y la solicitud, e incluso el sacrificio (las madres se sacrifican para salvar a las crías). La defensa y el ataque…
Todo es función de la supervivencia (aunque la madre perezca, los genes se salvan si se salvan las crías). En la vida, la sustancia genética tiene la primacía (manda).
Todo aquello que observamos en las criaturas podemos atribuírselos al creador.
Tal vez esté aquí la fuente de nuestra libertad –de la libertad de la misma vida. Nuestro comportamiento es el de la vida. La elección (el camino).
En nuestra mano está el ser veraces o falaces. Todo depende de las circunstancias. Si la vida corre peligro, por ejemplo. O en vistas de alguna ganancia (de alimento, de prestigio, de poder…).
Un mundo en el que se puede hablar de apariencias… Todo ser vivo es consciente de esto. Si sufre engaño o no. Si es verdad aquello que percibe… 
Esta dualidad entre apariencia y realidad, vivida por todos los seres vivos (por la vida), es digna de ser pensada.
Discernir, saber/poder discernir entre la apariencia y la realidad; entre la verdad y la mentira. Esto da por supuesto que hay una ‘verdad’ –un mundo verdadero.
No ser engañado. Que no nos engañen las apariencias, o las mentiras del otro.
La inteligencia para discernir, para no caer en la trampa (en la simulación, en el engaño) que nos tiende el otro (o aquello que se nos aparece).
El amigo y el enemigo. La competición, la concurrencia.
La voluntad de verdad tiene que ver con la misma vida. Es esencial para la supervivencia, para el dominio del medio. Saber con certeza por donde vamos, si eso es lo que parece ‘ser’ (lo que a primera vista ‘me’ parece que es)… o cuáles son las verdaderas intenciones del otro.
Un mundo en el que puedo ser engañado, en el que puedo también equivocarme en la apreciación (ponderación) de lo que me rodea.
Este es un tema fecundo y que nos pone sobre la pista de algo que no acertamos aún a decir (a nombrar).
Nos movemos en un mundo de apariencias y realidades –en el que ‘yo’, la misma vida, participo. Nosotros, la vida, contribuimos al engaño, a la ilusión.
Esa criatura quiere que yo, que aparezco en su horizonte, crea que está muerto, o que es venenoso, o que es grande y peligroso…
La vida es consciente de esto desde su origen. La simulación en los ataques de virus a las células. La vida siempre cuenta con esto en su deambular –que puede ser engañada, y que el engaño puede tener consecuencias fatales para el propio ser. Es vital este discernimiento, esta intelección, esta interpretación no errónea del medio entorno.
Una aprehensión no errónea, no engañosa, cierta, certera… Para esto se requiere inteligencia, experiencia, memoria… mundo interno, apercepción.
No querer ser engañado. Voluntad de verdad. El dominio del medio es esencial para la continuidad de la misma vida.
El mundo interno que se construye cada especie o grupo es verdad en el más alto sentido.
Moverse entre la apariencia y la realidad.
El ser que puede mentir; que puede ser engañado.
Todo esto nos pone sobre la pista de la verdad, y de la voluntad de verdad. Hay un mundo verdadero, después de todo. Es un mundo en el que nosotros podemos saber si se nos miente, o si estamos equivocados. El referente último, por consiguiente, es el (un) mundo ‘verdadero’.
Como se ve la vida juega con todo esto. Se mueve en un mundo real, cierto. Porque el engaño y el error forman parte de este mundo verdadero.
La atracción, la seducción fatal. Las trampas mortales (las que las plantas carnívoras usan para atrapar insectos).
La mentira y el error traen de suyo la verdad y el acierto (la certidumbre).
Entre la mentira y la verdad, entre lo verdadero y lo falso, entre la apariencia y la realidad…
La vida introduce en este mundo la simulación y el engaño. El medio abiótico no engaña, puede confundirnos (podemos engañarnos con respecto a él), pero no miente. Sólo la vida puede mentir.
La vida también introduce en este mundo la voluntad de verdad.
La incertidumbre de la criatura es la incertidumbre del creador. No hay otra incertidumbre que la del creador (la del ingeniero, la de la sustancia genética).
Bien, nada de esto sería posible sin la previa señalización, semiotización o simbolización del mundo entorno, de un mundo entorno interpretado.
*La sustancia genética se aísla del mundo entorno, protege su delicado y frágil ser. Desde las fundas o cápsides víricas hasta los dispositivos somáticos peri o extra nucleares.
El contacto que se tiene con el mundo entorno es un contacto diferido.
Lo que la sustancia genética posee del mundo entorno es una idea, una representación –en virtud de sus receptores de membrana y de las transducciones que le llegan. Y esto sucede en todos los niveles de organización (en todos los organismos o seres vivos).
El mundo entorno es un medio a aprehender, a asimilar… a ‘dominar’.
El término ‘dominio’ tiene el sentido de ‘maestría`, como cuando decimos que fulano tiene un gran dominio en tal o cual materia (de actividad o de conocimiento) o instrumento musical. Dominio, pues, como maestría y como suma familiaridad con el medio biótico y abiótico. Intimidad, familiaridad.
La ‘bondad’ de la representación es esencial para la continuidad de la misma vida. Cuanto mejor sea la representación que del mundo entorno se tenga tanto mejor para la vida. La excelencia, la optimidad en la representación.
Representación y mundo interno –subjetividad.
Mundo entorno interiorizado –previa transducción.
El soma (el fenotipo) del cariotipo específico humano. Su aptitud. Su complejidad.
Entendernos como vida, como sujeto último. Nosotros somos la vida. Experimentarnos, vivir… pensar, querer, sentir…
El misterio de nuestra existencia en el mundo –la existencia de la vida. El ser viviente. 
Hasta ahora (aún ahora) habla el hombre, la criatura. Sus palabras no nos sirven. A partir de ahora queremos saber lo que dice la vida.
La vida debe tomar la palabra en el hombre –el creador en la criatura. El hombre debe callar… debe desaparecer.
El hombre ha usurpado la obra de la vida. Es la vida la que estaba detrás de sus creaciones; de su arte y de su pensamiento. 
Podemos decir que la vida siempre ha hablado en nosotros.
La pregunta por el ser, en sentido heideggeriano, no la hace el hombre, sino la misma vida.
Todo lo que sucede en la naturaleza viviente, todas sus manifestaciones… es obra de la vida. Es la vida la que se expresa en cada una de las formas vivas. En el mundo microbiano, en insectos, en aves, en peces… en árboles y plantas de todo tipo…
Es la vida la que canta, muge, brama… Son los sonidos, olores, y colores de la vida.
El ser viviente que subyace como sujeto único en todo organismo.
Este cielo, este aire, esta luz… La tierra, el suelo, el agua… La presión, la gravedad, la temperatura… Todo aquello que contribuye a nuestro ser. Nuestro ser con  el agua y la luz… La cuna, el hogar, la casa… la morada.
Nos fascina este entorno abiótico. El espíritu de maravilla no puede venir sino de la misma vida.
Los mundos biótico y abiótico co-evolucionan a una. Mutuamente se afectan. La temperatura o la atmosfera no son entes invariables y eternos. La vida interviene, contribuye… transforma, habilita el medio abiótico. Y a la inversa, los cambios ambientales sobrevenidos afectan a las formas vivientes.
La naturaleza del suelo, del agua, del aire… tiene que ver también con la actividad de la vida en este planeta.
El aspecto, la faz de este planeta es obra de lo viviente y de lo no viviente. La interacción, la co-implicación… La obra común.
Respeto, veneración. Cuidado, protección. La vida necesita cuidar, proteger su hogar. Protegerlo de sí misma, en primer lugar.
Sólo en la especie humana la vida aparece como consciente de sí misma y de las consecuencias de sus actos. Esta afirmación puede parecer precipitada o gratuita, pero en mi opinión no lo es. Basta observar el comportamiento predador, explotador, devorador… de todas las formas vivas, completamente indiferentes a las consecuencias del crecimiento demográfico, o a la posibilidad de aniquilación de sus fuentes de alimentación (esto sucede con los herbívoros y con los carnívoros).
Los desastres ecológicos o ambientales no son obra exclusiva de los humanos. Las innumerables formas vivas no cuidan ni mucho ni poco de su medio entorno.
Sin embargo hay que decir que las perturbaciones que las formas vivas ocasionan en el medio entorno no tienen ni de lejos el alcance o las consecuencias del modo de vivir de los humanos (sus métodos de explotación del medio entorno).
Dicho esto, repetimos que únicamente en el cariotipo humano se ha dado tal conciencia. Es la vida, pues, la que introduce, por medio de su criatura humana, la moral y la conciencia ecológica en el mundo. Es la vida, en último término, la que habla aquí y dice su palabra.
La conciencia génica o genómica, la conciencia de ser sustancia genética, esto es, la misma vida, supone un salto evolutivo sin precedentes en la historia de la vida en este planeta –en toda nuestra historia. Éste es el momento que vivimos.
Empezamos de nuevo. Todo por hacer. Una nueva cultura a la altura del saber nuevo. Ahora nos sabemos. Ahora somos conscientes de nuestro ser. Ahora sabemos quiénes somos. Nosotros somos la vida.
Ser es vivir, es pensar, es querer… No hemos de buscar más el ser nuestro. Ahora es el ser nuestro el que se interroga acerca de su ser y del ser de aquello que no es –el entorno abiótico. El ser de lo ente en su totalidad.
Nosotros somos la materia inteligente y pensante en el cosmos. Materia viviente, y consciente de sí. Tal conciencia y tal saber eran nuestro destino. Esta autognosis, esta revelación. Ahora iniciamos una era infinita. La era de la vida.
*
Hasta la próxima,
Manu