El neolítico y sus secuelas.
Manu Rodríguez. Desde Europa
(27/02/16).
*
*El período neolítico, en el
cual aún vivimos y al que podemos considerar como una Edad Media generalizada
(entre el paleolítico, primer período, y el post-neolítico, tercer período, aún
por nacer, aún sin nombre), nos ha dejado secuelas indeseables. Ha sido (y es)
la era del antropocentrismo (el endiosamiento del hombre), y la era de los
Imperios (imperialismos) y de las guerras étnicas y culturales. Sus principales
consecuencias: el desarraigo o el extrañamiento tanto de la naturaleza, como de la propia etnia y de la propia
cultura; la degradación de la naturaleza y de la cultura.
Es el período pleno de la voluntad
de poder, podemos decir. Poder sobre todas las cosas, sobre todos los entes. Sin
medida, sin control, sin freno. Es la época de la adoración del poder –de
dioses (étnicos) poderosos, omnipotentes.
El neolítico se caracteriza
por la explotación despiadada y sin miramientos (sin medir las consecuencias)
de la naturaleza, y la explotación del hombre por el hombre. No es sólo, pues,
el menosprecio del resto de la naturaleza,
es también el menosprecio del hombre por el hombre –que supone el menosprecio
o desprecio del hombre por sí mismo.
Comencemos por el antropocentrismo
y el antropomorfismo, el arrogante proceder para con el resto de la naturaleza
que practican todas las culturas del período –la soberbia, la ‘hybris’ del
neolítico que culmina en la era tecnológica actual. La sociedad administrada
tiene su origen en las prácticas culturales y en los modos de vida del
neolítico. La misma escritura surge en la necesidad de controlar, de gestionar
bienes y hombres. El vínculo con la naturaleza (con la ‘physis’) de los hombres
del paleolítico se pierde con la aparición del neolítico. Aquí comienza la
desacralización de la naturaleza (viviente y no viviente), su explotación
despiadada, la desconsideración del entorno. Todo está al servicio del hombre;
el hombre es el centro de la naturaleza y de la vida. Esto podemos advertirlo
en todas las tradiciones culturales del período. Véase Sumer, Egipto, Israel,
China, India, Persia, Grecia, Roma… Véanse también las culturas amerindias del
período. Los propios dioses se encargan de legitimar tal ambición, tal ‘hybris’
(adviértase, como muestra del periodo, el ‘Génesis’ judío y el papel que el
dios concede al hombre en la
naturaleza).
Pero también tenemos la
alienación cultural de los pueblos; la pérdida de identidad de los pueblos
debido a las corrientes universalistas transétnicas y transculturales que
circulan desde hace cientos de años, desde la aparición de los imperios
multiculturales (Egipto, India, Asiria, Persia, Grecia, Roma…). La pérdida, el
olvido, o la privación (desposesión) del ser propio y singular de los pueblos
tienen aquí su origen.
Ambos fenómenos se solapan en
los momentos presentes. Heidegger parece contar exclusivamente con el período
tecnológico. La ‘hybris’ de la era técnica. Pero las sociedades actuales
padecemos los dos aspectos mencionados. El extrañamiento de la naturaleza
(viviente y no viviente) característico de las culturas del neolítico, y la
alienación cultural, espiritual, debida a los vastos y prolongados procesos de
aculturación y enculturación padecidos –las
globalizaciones culturales (religiosas o políticas) ya de origen semita,
ya de origen indoeuropeo que todos conocemos (hinduismo, budismo, maniqueísmo
persa, judeo-mesianismo, islamismo… judeo-bolchevismo, democracia…) y que nos
asolan desde hace cientos de años.
La era técnica es simplemente
el culmen de las prácticas de explotación del entorno propias del
antropocentrismo del neolítico. El hombre es el centro, la medida – de la
naturaleza, y de la vida.
Descartes y la era moderna
(en el ámbito Occidental), aunque inauguran, o causan, u originan la era
técnica, no suponen un corte o una ruptura con el neolítico. Son síntomas del
período, responden a la ‘hybris’ del período, culminan la desafección que con
el resto de la naturaleza se sostiene desde comienzos del neolítico. Responden
al ser, al espíritu del neolítico. Todos los fenómenos o manifestaciones o
prácticas de la era técnica la podemos observar, ‘in nuce’, a lo largo de todo el neolítico
(hasta el momento presente). Es el mismo extrañamiento de la naturaleza.
Así pues, hay dos combates, o
dos frentes. De un lado, la superación de las culturas del neolítico –dejar
atrás el antropocentrismo del neolítico (que alcanza hasta nuestros días). Del otro,
para muchos pueblos, la recuperación o la reconquista de su propio ser. Hay,
pues, un doble extrañamiento (desarraigo) que competen a la naturaleza, y a la
cultura.
Esta es la complejidad, a mi
manera de ver, de los momentos presentes. En Heidegger hay un exclusivo énfasis
en el período tecnológico (que en ningún momento vincula al neolítico en su
conjunto), y se ignora la alienación cultural, espiritual, debido a la
cristianización, a la islamización, a la proletarización o a la democratización
de los pueblos. El desarraigo de que nos habla ignora por completo la pérdida
del ser propio ancestral que digo.
Son dos retornos. El retorno
a la naturaleza (la ‘physis’), al ser. Y el retorno al ser propio, a la línea
biosimbólica propia, aquella que nos une a nuestros antepasados. Dos
revoluciones, pues, dos giros, dos vueltas.
Hay que tener claro que estos
retornos no son la misión, o el destino, de un
sólo pueblo (el pueblo alemán, u Occidente, en el caso de la filosofía
de Heidegger). Es la misión y el destino de todos los pueblos.
La Alemania nazi no encaró el
reto tecnológico (como advirtió Heidegger), el reto de superar la era técnica
mediante un retorno al ser (a la ‘physis’); se dejó llevar por la lucha por el
poder con los grandes imperios del período (Inglaterra, USA, y la URSS); se vio
arrastrado por las circunstancias históricas que impidieron tal ‘revolución’ –no
hubo tiempo. No superó el neolítico, la era técnica, ciertamente; pero sí
recuperó el ser étnico y cultural (o estaba en trance de ello).
Pero los pueblos no sólo tenemos
que recuperar el ser étnico y cultural, tenemos también que superar la ‘hybris’
del neolítico (la cual Heidegger nunca asoció con la era técnica, insisto).
El inicio, el nuevo inicio
que nos predica Heidegger, no nos sacaría del neolítico. No basta con superar
la ‘era técnica’ –la cual pertenece de lleno al neolítico; es su última fase.
Los males del neolítico
afectan a todas las culturas o
civilizaciones del período. Aún vivimos en el neolítico. Nuestros ‘mundos’
siguen siendo los ‘mundos’ (antropocéntricos y antropomórficos) del neolítico.
Sean los religiosos/culturales clásicos (tradición judeo-cristiano-musulmana,
hinduismo, budismo…), sean los políticos (comunismo, democracia) o filosóficos (el
existencialismo) de última hora. No salimos, no acabamos de salir. Y esto
afecta (sigue afectando) a nuestro comportamiento con la naturaleza y con el
resto de las sociedades humanas. Se degrada sin tasa, sin freno, sin medida, el
entorno medioambiental. Se degradan igualmente sin tasa las relaciones entre
los diversos grupos humanos.
El problema está, pues, en
los modos del neolítico, en sus ‘mundos’, que aún nos dominan.
La voluntad de poder y el
nihilismo son las verdaderas ideologías del neolítico; sus motores. Sus dioses.
Su aliento, su espíritu. Su faz. Conducen a la muerte, a la destrucción, a la
aniquilación.
El nihilismo, pese a lo que
pudiera parecer, tiene su origen en las prácticas y modos del neolítico. Todo
el neolítico –hasta el momento presente– está atravesado, guiado, marcado… por
el nihilismo.
Es un reto, es un deber, para
todas las culturas y civilizaciones del presente, superar este periodo de
soberbia y arrogancia; vencer la ceguera de este sombrío periodo. Dejarlo
atrás. Recuperar la luz, el ser (el propio, y el común). Por una relación digna
y ajustada a la verdad con el resto de la naturaleza y con los diversos grupos
humanos. Nos va en ello el futuro, no sólo el de las sociedades humanas,
también el futuro de la vida en este planeta. Nos lo jugamos todo.
Tenemos que unir el vínculo
con la naturaleza (con la ‘physis’) de los hombres del primer período (los
paleolíticos) con el conocimiento que hoy poseemos acerca de esa misma
naturaleza. Las reflexiones de Heidegger son indispensables en este nuevo
período.
Las ciencias de la vida –el
saber que acerca de la vida hoy tenemos– iluminarán nuestros caminos. El
triunfo del genocentrismo (la sustancia viviente única que somos) ha de ser
absoluto. La ecología viene de suyo, por supuesto (el futuro será ecológico o
no será). Pero también los retos
culturales, como más arriba he dicho –la reanudación de los lazos biosimbólicos
ancestrales. Consolidar nuestro ser biosimbólico.
La transición hacia el tercer
período ni siquiera ha comenzado. Otra mente, otro espíritu, otros mundos
necesitamos. Otras claves culturales. Un nuevo comienzo para todos y cada uno
de los pueblos –cada uno según su ser. Que vuelva a florecer el árbol de los
pueblos y culturas del mundo.
*
Saludos,
Manu
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