Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

jueves, 27 de enero de 2011

62) ¡Qué vergüenza!

¡Qué vergüenza!

Manu Rodríguez. Desde Europa (22/01/11).


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*¿Cómo es posible que pueblos con un sentido del honor y de la dignidad tan acusados como los europeos (indoeuropeos o no) consintieran en abandonar sus culturas ancestrales y autóctonas sustituyéndolas por otras extranjeras? ¿Qué condiciones sociales o económicas o culturales le empujaron a ello? ¿Cómo soportaron aquella humillación? Fue también una autodestrucción; fue la autoinmolación de seres simbólicos milenarios.
Pueblos germanos, latinos, griegos, celtas, baltos, eslavos, albanos, armenios, finougrios (lapones, fineses, húngaros, estonios), caucásicos, vascos… Y más allá, pueblos persas e indios (por no olvidar la comunidad lingüístico-cultural indoeuropea). Hablo de identidades simbólicas milenarias, de la labor de centenares de generaciones; de pueblos que hundían sus raíces en el paleolítico. Pues bien, exceptuando el reducto parsi y la India no islamizada, ninguno de los pueblos citados conserva sus culturas; todos han sido cristianizados o islamizados.
¿No es una vergüenza esto que digo? Los herederos actuales de aquellos pueblos ¿en qué basan su honor; de qué pueden enorgullecerse como pueblos? Pueblos espiritualmente, culturalmente desnaturalizados, desvirtuados, eliminados.
La identidad cultural es un arma poderosa, por esto los predicadores de credos extranjeros que nos visitaban (y visitan) buscaban (y buscan) destruirla. Aquellos que nos privaron de nuestro ser simbólico censuraron perversamente nuestros respectivos pasados y antepasados. Nuestros pasados y antepasados pre-cristianos o pre-islámicos fueron negados, malignizados, insultados, destruidos, deformados… Se pergeño una imagen insultante sobre nosotros mismos que adoptamos o se nos impuso sin resistencia, sin discusión. ¿Qué estado de debilidad pudo propiciar tan lamentable suceso? Apenas si conservamos nuestro legado material y espiritual –monumentos, documentos, tradiciones; todo mermado y escaso.
Aquel primitivo desarraigo nos hizo perder de vista nuestra identidad y nuestro ser simbólico. Y tuvo sus consecuencias en el ámbito psicosocial y espiritual. Hasta el momento presente, y desde entonces, flotamos a la deriva; mil setecientos años de extrañamiento, de alienación cultural y espiritual. Cristianizados (judaizados) o posteriormente islamizados (arabizados). Este desarraigo que perdura, este vacío, esta ausencia de identidad, hace posible que religiones/culturas extranjeras nos visiten predicando y difundiendo las ‘suyas’. Somos un pueblo débil, fácil, accesible, sin carácter, sin personalidad; a la búsqueda de una identidad, cualquiera que ésta sea. La gente se re-cristianiza, o se re-islamiza, o se hace hinduista o budista; adopta la identidad étnica y cultural judeo-cristiana, o la árabe, la india, o la china. Se ‘identifica’ con otros pueblos o comunidades; deja de ser lo que es. Apenas si quedan europeos que miren hacia sus genuinas identidades biosimbólicas, que reparen en sí.
Qué poco parece valer la propia identidad cultural. No parece valer nada; se la cambia por otra, como el que cambia de traje o de vestimenta. Los que se islamizan, por ejemplo, adoptan incluso la vestimenta y el aspecto de los individuos de los países islamizados; se alteran, se hacen otros. Qué poca dignidad, qué poco orgullo. Cuánta ignorancia, cuánto despiste, cuánta confusión; cuánta vanidad. Qué vergüenza.
Nada de esto que digo hubiera sido posible si hubiéramos conservado nuestras culturas ancestrales y el nexo con nuestros verdaderos antepasados. Hoy seríamos pueblos firmes y afianzados en sí; pueblos dignos, orgullosos, y honorables. Inabordables, inaccesibles, invencibles.
Pueblo mío alienado, confundido; debilitado, acobardado, perdido. Porque hemos perdido lo esencial, nuestras señas de identidad; aquello que nos distinguía y nos diferenciaba de otros; el legado ancestral, el arma ancestral; nuestra riqueza, nuestra fuerza, y nuestro poder. Pobres, débiles, e indefensos, así aparecemos. Presas fáciles para cualquier predador cultural; fáciles de conquistar, de seducir, de instrumentalizar.
Me avergüenzo de estos pueblos míos, de esta sangre mía. No me reconozco en estos apátridas, infieles y descastados. ¿Dónde mirar? ¿A quién invocar? ¿Han desaparecido ya los europeos e indoeuropeos? ¿Dónde está mi gente?
¿Cómo recuperar este pueblo mío de las manos extrañas que lo dominan? No es sólo el tricéfalo judeo-cristiano-musulmán el que los domina y somete. Cualquiera, parece, hace presa en ellos. Cómo me gustaría despertarlos a su ser; que recuperaran su identidad, que se reconocieran, que volvieran en sí.
Un nuevo comienzo para los pueblos europeos e indoeuropeos. Éste es mi sueño, éste es mi deseo; esto es lo que quiero.
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Hasta la próxima,
Manu

lunes, 17 de enero de 2011

61) Varios asuntos

Sobre la escritura (y la lectura) (2005). Sobre el genocentrismo. Sobre Europa Gentil. Sobre la identidad europea (Para ‘Bloc identitaire’). Sobre algunos usos del término ‘pagano’.

Manu Rodríguez. Desde Europa (15/01/11).


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*No construir sino componer, podría ser una suerte de principio ético-poético (o ético-estético).
La mayor parte de los textos filosóficos se construyen según ciertos principios que regulan su forma, que rigen su elaboración. En oposición a estos están los textos aforísticos (o fragmentarios) a los cuales podríamos denominar textos compuestos (por micro-textos). Propiamente, no construyen un texto único, sino un texto de textos, o un conjunto de textos. Son como observaciones de campo sueltas, hechas al paso.
Las observaciones de campo tienen algo de obra en marcha. Aquello progresa sin que se sepa cómo; sin intención, impremeditadamente, involuntariamente. Se añaden observaciones una tras otra de manera no ordenada, no orientada.
El rasgo general del texto ‘more geométrico’, o simplemente construido, es que sus elementos (sus partes) forman –por usar una comparación con los sólidos cristalinos- una estructura ordenada con periodicidad de orden lejano (hasta sus últimos enunciados). Son estructuras ordenadas y orientadas.
Las observaciones de campo, por seguir la comparación, se comportan como los sólidos amorfos, sistemas no ordenados donde, a lo sumo, encontramos un orden próximo (local); son como haces o grupos relacionados aunque débilmente ordenados. Recuerdan al ADN (Schrödinger).
El texto construido supone también una jerarquía de principios. Hay primeros principios y principios derivados o subordinados. La cadena lógico-constructiva así lo exige. Las proposiciones, como grafos o vectores, se ordenan y orientan viniendo el término a coincidir con el origen. Son sistemas cerrados, vale decir; sistemas aislados, autosuficientes, auto-referentes, y que se auto-legitiman.
*Los hechos de cultura (culturemas) son relativos al tiempo y al espacio. Son, como todo hecho de naturaleza, relativos y aparentemente autónomos. Hay, pues, una relatividad de los culturemas. Estos son circunscribibles a momentos y lugares determinados.
La comprensión de un texto se logra correlacionándolo y oponiéndolo con otros textos de la época. Las correlaciones y oposiciones entre hechos de cultura forman o figuran la trama de un período. Son como los elementos propios de un estrato lingüístico-cultural determinado.
¿Qué podemos hacer con un texto filosófico o espiritual del pasado? ¿Cómo podemos acercarnos a él? Y de ser esto posible ¿cómo lo lograríamos y qué resultado obtendríamos? La comprensión de un texto -de un hecho- del pasado supone una inmersión en dicha época. Una inmersión que se realiza, además, con conceptos y artificios teóricos de nuestro momento lingüístico-cultural, que actúan a modo de metalenguaje sobre un texto, o hecho cultural, espacio-temporal dado.
Tenemos que adoptar todo el sistema de creencias de un autor; todo el mundo lingüístico-cultural que le rodeaba y los aspectos que de éste tomó para elaborar su discurso. Podemos hacer ‘como si’ lo comprendiésemos y razonáramos según sus principios, sería como una actualización virtual –si esto se pudiera decir. Tendríamos que aceptar sus principios, sus reglas de juego, sus términos y expresiones todas ‘como si’ éstas fuesen actuales (vivas), cotidianas, y simbólicas (vinculantes).
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*La filosofía nuestra (están también la filosofía china y la filosofía india), tal y como la practicamos nosotros los europeos desde que la dimos a luz, ha sido predominantemente materialista. Desde Tales, Anaxímenes, Heráclito… Protágoras, Aristóteles. El agua, el aire, la luz; el hombre, el lenguaje. Los primeros filósofos se denominaron a sí mismos fisiólogos, que quiere decir estudiosos de la naturaleza; acuérdate de sus intuiciones físicas y matemáticas (teorema de Tales, la teoría atómica, el teorema de Pitágoras…). Los sofistas son los primeros antropólogos culturales del planeta. La metafísica aristotélica es una filosofía del lenguaje; su lógica (los silogismos) es teoría de conjuntos aplicado al volumen de los conceptos. Se podría decir que para Aristóteles la única metafísica es el lenguaje (y la cultura), lo cual le hace coincidir con la filosofía que va de Kant a Wittgenstein, pasando por Marx (acuérdate del materialismo histórico) y Nietzsche (que tiene mucho de filósofo del lenguaje).
Hay algo que reprochar a la casi totalidad del pensamiento contemporáneo; no va más allá del hombre. Sigue siendo antropocéntrico y antropomórfico, pese a Darwin y al descubrimiento del código genético. Todavía no ha asumido, y no sé si se ha percatado siquiera, del paso del fenocentrismo al genocentrismo, paso infinitamente más importante que aquel del geocentrismo al heliocentrismo. Éste que digo es el paso de las criaturas al creador, el paso del fenómeno al (ge)noúmeno (en lo que concierne a las formas vivas). Hemos llegado al verdadero sujeto de todo hecho biológico, incluido el lenguaje y el pensamiento; al sujeto único en toda actividad biológica, no hay otro.
No podemos hablar ya como hombres sino cómo los genoumas o seres biosimbólicos que somos. Ha habido una mutación biosimbólica; un saber nuevo, un cambio de paradigmas culturales semejante al que tuvo lugar en la transición del paleolítico (primer período) al neolítico (segundo período). Tenemos nueva naturaleza, nuevo cosmos, nueva biología, nueva antropología (biológica y cultural). Nuestro mundo es otro, nuestra mente o conciencia es otra, nuestro lenguaje es otro.
No habla, pues, el hombre sino la vida, las bases nucléicas conformadas en genoumas; la sustancia viviente única, el sujeto único en ti y en mi, y en la ameba, en el helecho, en el delfín, o en el tigre; en todo ser vivo (es el único ser). Los genes son los únicos sujetos de la actividad; proteínas, aminoácidos y demás son sustancias inertes, los genes les dan vida, las ponen en movimiento; las usan (como si fuera un lenguaje o una escritura). Con estas sustancias se cubren, se construyen cuerpos, somas; protegen así su delicado ser. Hasta ayer nos guiábamos por lo que aparece (el fenómeno, el fenotipo), pero con el descubrimiento de los genes hemos llegado al ser (al noúmeno), y al ser nuestro. No habla ni piensa sino el genouma, en ti y en mí. Este genouma es, como decía Aristóteles acerca del ‘alma’, la forma del cuerpo; contiene el secreto de nuestros pulmones, nuestro cerebro, nuestro corazón… Es nuestro ser único.
(Hay que decir que Aristóteles situaba el ‘alma’ en las células sexuales del varón (el esperma). La mujer, se pensaba, era como la tierra, aportaba los nutrientes; la semilla (la información genética) era cosa del varón. Esta concepción se mantuvo, en nuestra área cultural, hasta casi nuestros días. Fue a finales del XIX cuando se supo que los óvulos femeninos contenían la mitad de la información genética necesaria para crear un nuevo ser. Me refiero al descubrimiento de los cromosomas en ambos sexos y el papel que ambos sexos tenían en la reproducción. )
Este saber nuevo que digo más arriba no ha llegado todavía al pensador filosófico. Mucho temas filosóficos han quedado inútiles, inservibles (‘metafísicos’, antropológicos, o éticos), impropios de los seres biosimbólicos del tercer período (post-neolítico); inexplicablemente antropocéntricos, anacrónicos; vanos o fútiles. Esta debacle alcanza incluso al existencialismo, uno de los últimos ‘humanismos’.
Me parece que soy el único (lo digo con extrañeza) que hace uso de este saber, que usa y vive este saber nuevo; que sigue sus corolarios novedosos, y sublimes. Sujeto nuevo, vida nueva; tierra nueva y cielo nuevo. Yo soy, tú eres… la sustancia viviente única. Admirado y estremecido. Así vivo ‘yo’ este asunto. Como una revelación.
Más allá de esto, acerca del sentido último, cósmico, absoluto… pienso lo que Wittgenstein: “de lo que no se puede hablar lo mejor es callar”.
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*Carta a un joven (sobre lo mismo). He leído sobre los niños ‘índigo’. No encuentro novedad alguna en la descripción que se hace de ellos; quiero decir novedad psicológica, intelectual, o ética. Son tópicos obsoletos. Lo mismo te digo de la famosa era de Acuario, llena de resabios (cosmológicos, antropológicos y éticos) del pasado más muerto; trasnochada hasta el tuétano. Inexplicablemente anacrónica. Ninguna novedad.
Hay nueva era, ciertamente. Estamos en un nuevo período de la humanidad (del cariotipo humano). Hemos salido del neolítico. Lo que he leído acerca de estos niños gira en torno a una antropología del neolítico, no han avanzado un ápice desde el descubrimiento del código genético.
Los grupos humanos estamos viviendo una mutación simbólica (cultural) semejante a la vivida en la transición del paleolítico al neolítico. El descubrimiento del código genético está en el centro de esta revolución, porque cambia la consideración que el hombre tiene acerca de sí mismo; cambia el sujeto de la actividad biológica (ahora es el genouma); el hombre (o cualquier otra criatura) desaparece. Hasta ahora hemos sido antropocéntricos y antropomórficos. Éste es el período que acaba. Los ‘teóricos’ de los niños índigo no parecen haberse dado cuenta de esto. No son los únicos. Este cambio de paradigma cultural aún no ha penetrado en los sectores sociales que sí podrían cambiar algo (clases medias cultas). El hombre sigue considerándose el centro de la naturaleza, los niños índigo también. Todo eso es lo que ha cambiado; el centro de la vida sobre la tierra son los genes, la sustancia viviente única, no el hombre o cualquier otra criatura.
Nuestra visión de la naturaleza ha cambiado radicalmente. Habrá, tarde o temprano, nueva conciencia. Y ésta no estará en el enaltecimiento de criaturas humanas supuestamente extraordinarias (que suenan a futuros ‘grandes hermanos’). Hay mucho de narcisismo, en el peor sentido de la palabra, en las descripciones que se hacen de estos niños. Y ninguna novedad, vuelvo a decir.
Estamos viviendo el fin de un período milenario (el neolítico), el fin de sus antropologías, psicologías, cosmologías, teologías y todo lo demás. Tales concepciones no nos sirven, como no les sirvieron a los hombres que crearon el neolítico las teorías, visiones o concepciones que acerca de la naturaleza, el hombre, o el cosmos, tenía el hombre del paleolítico.
Estas transiciones duran siglos, y aún milenios. Entretanto estamos padeciendo las ideologías religiosas o políticas del neolítico (las revelaciones religiosas, el antropocentrismo, los pueblos elegidos o las criaturas elegidas y todo lo demás). Sólo la ignorancia puede sostener actualmente tales antropologías o ideologías, o el poder de manipulación que aún tienen (en manos de los listillos sin escrúpulos de siempre) sobre individuos y pueblos hundidos en la miseria intelectual y cultural.
Para ver con claridad el nuevo período (primer período, el paleolítico; segundo período, el neolítico; tercer período, el que recién comenzamos) no hay que pensar en el hombre (o en la ‘humanidad’) bajo ningún concepto. Es el genouma el que habla, escribe o actúa en nosotros; no ‘fulano de tal’. Es el paso de la criatura al creador (en lo que concierne a las formas vivas). Te pondré una analogía, el genouma (genotipo) es a su criatura (el fenotipo) lo que el conductor es a la moto o al coche que conduce. La sustancia genética es el sujeto único en toda actividad biológica (artística, intelectual o lo que sea). Ésta es la nueva sabiduría y la revolución cultural por venir.
Mira este ejemplo que tiene que ver con nuestros usos lingüísticos y con nuestra manera de ver el mundo (en qué mundo vivimos). Es la frase que dijo el primer hombre que puso un pie en la Luna, aquella de “éste es un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad”. Pero no es un gran paso para la humanidad, sino para la vida.
Mira este otro que proviene de un libro de biología (Alberts y otros, La célula, 2003); en su primer capítulo puedes leer cosas como: “…la célula hace uso…, guarda…, replica… ‘su’ información genética…” Es el genouma, sin embargo, la información genética, el que hace uso de su cuerpo y de sus orgánulos construidos ad hoc, y el único que se replica (replicando a su vez el soma que le preserva y le protege); es, en todo momento, el único sujeto de la actividad. No hay otro ingeniero, no hay otro piloto, no hay otro reproductor.
Como ves, se sigue usando un lenguaje fenocéntrico, se parte del fenotipo, de lo que aparece; el cuerpo, el soma. En ambos casos se le mantiene como sujeto único de la actividad. No es como cuando decimos coloquialmente ‘el coche aparca’, o ‘el avión aterriza’; no hay licencia lingüística en el astronauta o en el biólogo, hay visión y hay lenguaje. Es el peso del viejo antropocentrismo, que es como decir, fenocentrismo. Lo que aparece sigue siendo el centro, el sujeto de la actividad. Pero sucede que el fenotipo es un vehículo y un instrumento para los genotipos, para los genes. No es el centro de la vida. Es la línea genética la que perdura y se eterniza (mediante la reproducción), y no la línea somática o fenotípica; estos son los cuerpos o vehículos transitorios, caducos y perecederos.
Hay que partir de la vida, de la sustancia viviente única, del sujeto único; de ‘nos’, la vida. Todo ha cambiado.
Otra cosa es la defensa de nuestras culturas ancestrales. En honor a nuestros antepasados debemos defender y preferir nuestras culturas a cualquier otra. Hay lucha de culturas, como se dice. El truco de los pueblos ‘elegidos’ o de las revelaciones ‘religiosas’ no tiene otra finalidad que la de desmerecer a cualquier otra cultura, desvalorizarla y escamotearla (hacerla desaparecer) en el nombre de algún dios o ideología ‘universal’; no han dado otro fruto que la destrucción de innumerables culturas a lo largo y ancho del planeta. Numerosos pueblos y culturas han desaparecido en nombre del cristianismo, del islamismo, o del comunismo; de ideologías universalistas y totalitarias religiosas o políticas. Te recuerdo que nosotros, los europeos (y multitud de pueblos del planeta), tenemos nuestras antiguas culturas satanizadas (los ‘paganos’) o semi-destruidas; que estamos dominados o por el universalismo judeo-cristiano (el pueblo judío, el ‘gran hermano’ Jesús, el dios de los judíos…), o por el islámico (el pueblo árabe, el ‘gran hermano’ Mahoma, el dios de los árabes…). Es un crimen contra la vida, un genocidio cultural, el practicado por estas ideologías, ya obsoletas y anacrónicas por lo demás, a lo largo de los siglos. Algún día tendrán que responder por ello. Los diferentes pueblos han de mantener (o recuperar) sus culturas ancestrales y autóctonas; forman parte del árbol de los pueblos y culturas del mundo, que es también el árbol de la vida, el árbol más puro.
Tenemos que ser actuales y estar a la altura de las circunstancias. Necesitamos ser muy críticos con los discursos que nos vienen de aquí y de allá. Hemos de luchar contra nuestra vanidad y nuestra ignorancia (que siempre van juntas). Hemos de alcanzar la pureza nueva, la que nos viene de la revelación genética, de nuestro ser recién revelado.
Todo ha cambiado, todo cambiará –pese a quien pese. Es natural que los que más se resistan al nuevo período sean los ideólogos religiosos del pasado (las castas sacerdotales), son los que más tienen que perder; estos desaparecerán sin remedio. No hay huecos para ellos en el nuevo paradigma. No tienen futuro. Su discurso, el que les legitimaba, el que legitimaba su poder, se ha visto arruinado, pulverizado por la nueva luz. Esta resistencia que practican denota, más que su ignorancia, su perverso interés. Les interesa mantener los viejos mundos, los mundos del neolítico (sus antropologías, sus cosmologías, sus psicologías, sus estructuras sociales…); los únicos mundos en los que tienen vigencia, y poder. Se resistirán hasta el final. Y lo harán de manera violenta, como nos lo está demostrando el islam en los tiempos que corren. Son los coletazos, la violenta agonía de las monstruosidades ideológicas que dio a luz esa Edad Media generalizada que fue el neolítico.
Nosotros, las presentes generaciones, somos testigos privilegiados de esta nueva transición (que no se ha producido más que un par de veces en la historia reciente del cariotipo humano –la transición al paleolítico, y la transición al neolítico). Somos las primeras generaciones de este tercer período.
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*‘Europa Gentil’ (grupo en facebook) tiene la intención de reivindicar las culturas europeas pre-cristianas.
Sería interesante crear una ‘red’ europea de grupos religioso/culturales pre-cristianos. Nuestra ser europeo está más relacionado con aquellas culturas (griega, romana, germanas, celtas…) que con la judeo-cristiana, que fue la que nos privó de las nuestras y se nos impuso (por la fuerza). Esto es un episodio doloroso y humillante en nuestra historia.
En los momentos históricos que estamos viviendo, donde el fenómeno fundamental es la amenaza islámica (ideológica y demográfica), nadie se acuerda de aquellas culturas ni de aquellos pueblos. La voz de Europa, la genuina voz de Europa, yace sepultada, aún, por la Europa cristiana, o la Europa de las libertades. Tenemos que lograr que la Europa europea, la Europa gentil (pagana, autóctona), la Europa nuestra, tenga voz en este conflicto. Es preciso crear estrategias de promoción de estas culturas y de estos pueblos milenarios. La población europea proviene de ellos; son nuestros antepasados. Tenemos que recuperar esta Europa.
*La Europa Gentil es la Europa de los pueblos ancestrales y autóctonos (indoeuropeos o no), cuyas tradiciones fueron suprimidas o semi-destruidas cuando las cristianizaciones. Es una deuda lo que tenemos todos los europeos con nuestros verdaderos antepasados; reivindicar su nombre y su memoria.
(El destino de mi pueblo es mi destino. Si mi pueblo desaparece, yo desaparezco; si mi pueblo padece humillación, yo padezco humillación…)
Los europeos de las presentes y futuras generaciones tienen una labor que realizar; tienen que recuperar el nexo con los antepasados, recuperar la identidad ancestral y autóctona, perdida, o alienada. Recuperarían con ello el honor, el orgullo, y la dignidad. Un pueblo privado de su propia cultura es un pueblo sin honor.
Es esa Europa que digo la que debe prevalecer, no la Europa cristiana, o la musulmana. Somos pueblos milenarios. Hablo del legado cultural milenario (pasado y presente) de los pueblos europeos (griegos, romanos, celtas, germanos, eslavos, baltos…). Recuperar espiritualmente estas tradiciones me parece vital. Sería recuperar la identidad escamoteada por la alienación cultural cristiana; recuperar nuestro genio, nuestro ser, nuestra voz, la genuina voz de los pueblos europeos.
La Europa gentil es un deseo y es un proyecto. Como conciencia es un arma eficaz para protegernos de cualquier intento de alienación espiritual, o de agresión cultural. Esa conciencia es como un sistema inmunitario sano y activo; repele o neutraliza a los predicadores de credos universales. Y aún a los violentos se enfrenta y vence. Nada teme esa conciencia que no conoce derrota; nada codicia esa conciencia que se tiene a sí misma. Ni el deseo ni el temor derribarán esos muros. Alma insobornable, infranqueable. Esa conciencia proporciona fuerza, ímpetu, derecho, verdad.
Rehúyo y rechazo el concepto de salvación ‘personal’ que circula en las tradiciones universales. Esas tradiciones son, en palabras de Fraser (La rama dorada), ‘credos egoístas e inmorales’. Como universales que son predican y apostolan, hacen proselitismo; procuran separar a los individuos del grupo al que pertenecen, privar a los pueblos de los suyos; escinden y enfrentan a las poblaciones; siembran la discordia.
Soy contrario a todas las ideologías universalistas y totalitarias (religiosas o políticas), que acaban siempre destruyendo las culturas particulares o étnicas. Por lo que a mí respecta la cultura de un pueblo es su religión; no sólo los aspectos rituales y cultuales de su cultura, también los artísticos, los culinarios, los jurídicos, los científicos, los medicinales... Toda la cultura. Lo pasado, lo presente, y lo futuro.
Mi escritura pretende ser gentil, pagana, o como queramos llamarla. Escribo desde la Europa nuestra, la de nuestros antepasados. Nunca pierdo de vista esta tierra nuestra que deberíamos tener por sagrada; ni a mis antepasados griegos, romanos, germanos, celtas, eslavos, o baltos, que igualmente deberíamos tener por sagrados. Hago uso de todas las tradiciones a las que he tenido acceso, básicamente las tradiciones greco-romana y la germánica, algo la arya védica y la irania de Zaratustra, en menor medida la celta, y reconozco mi casi total falta de familiaridad con las tradiciones eslavas y baltas (he mencionado sólo las tradiciones indoeuropeas).
*El ‘NeoRúniko’ es lo que su nombre indica. Una escritura sagrada para la Europa Gentil. Partiendo del código establecido por mí (para no multiplicar los códigos, pues eso entorpecería su uso), se podría adaptar a cualquier lengua. Yo uso el alfabeto fonológico español. El fonológico permite reducir significativamente nuestros alfabetos. El español queda en dieciséis consonantes. Uso puntos cromáticos para las vocales. Sería una escritura para usos determinados; ligada al culto, por ejemplo.
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*Habláis de la laicidad como rasgo identitario, y no os falta razón. El status social y político, cultural en amplio sentido, que hoy gozamos es obra nuestra, de nuestro genio, de nuestro ser. Pero habláis también del cristianismo como rasgo identitario. No olvidéis que éste es un elemento extranjero que se nos impuso durante siglos; para alcanzar el status actual tuvimos que superar el período cristiano que nos atenazaba -en la tierra y en el cielo. El milenio cristiano fue el ‘invierno supremo’. Los dos últimos siglos han sido el deshielo.
Ese deshielo desembocó en un despertar, un renacimiento, una nueva primavera. Pero, ¡ay!, resulta que a esta recién nacida Europa nuestra le esperaba otro enemigo; hablo de la sombría, de la tenebrosa ‘umma’, que amenaza con destruirnos, con hundirnos en un nuevo ‘invierno supremo’. Si fuéramos derrotados, si tal cosa llegara a sucedernos, sería nuestro último crepúsculo. No tendríamos otra aurora, ni otra primavera. Nos hundiríamos definitivamente en la muerte y en el olvido; desapareceríamos.
Supongo que sabréis algo sobre culturas y pueblos indoeuropeos. De aquellos pueblos sólo la India no islamizada y los parsis han sobrevivido a los totalitarismos cristiano y musulmán. Sería interesante que los actuales pueblos indoeuropeos (pueblos europeos, armenios, persas, indios…) se unieran y enfrentaran contra aquellos que en su momento destruyeron nuestras culturas y nos impusieron las suyas (la tradición judeo-cristiano-musulmana, semita). Tales sucesos son una vergüenza para nuestros pueblos, y un insulto al genio creador de nuestros antepasados. Hasta que no recuperemos el nexo con nuestros antepasados y nuestras culturas no recuperaremos nuestra dignidad y nuestro honor.
Nos enfrentamos no sólo a las tinieblas, sino a aquellos pueblos y culturas (los pueblos y las tradiciones semitas) que fueron la causa de nuestra ruina y perdición. No veo otra manera de derrotarlos que renovando esta conciencia de lo propio en los pueblos europeos e indoeuropeos (cristianizados o islamizados en su mayor parte); recuperando nuestras identidades culturales. Será una purificación.
Mi intención es que partamos de nuestras culturas ancestrales para oponernos a la creciente islamización de Europa (y del mundo). Que se recupere la conciencia autóctona, y ancestral; la pre-cristiana o la pre-musulmana. Que volvamos a ser pueblos europeos (e indoeuropeos). Que no abandonemos el terreno espiritual de nuestras propias culturas para oponernos a cualquiera que quiera privarnos de ellas (que no invoquemos a otras culturas sino a las propias). Buena parte de la oposición europea y americana al islam se hace desde ‘nuestras raíces’ cristianas o desde ‘nuestra’ cristiandad. A esa alienación o despiste cultural y espiritual me refiero. Seguimos ignorándonos a nosotros mismos. Hacemos esta guerra, precisamente, en el nombre de aquellos que, en su momento, nos privaron de nuestras culturas. Restos, fragmentos, ruinas, esto es lo que nos dejaron del legado de nuestros antepasados.
La Europa laica son nuestros doscientos últimos años, nada más. Es la Europa contemporánea; el status cultural alcanzado por nuestros pueblos. Con rasgos propios, únicos, irreemplazables; con unos antecedentes y unos consecuentes. Es parte de la cadena. Hay que ir más atrás, hay que empezar por el principio.
Partamos de Europa, pura y simplemente. Europa desde el paleolítico, desde los megalitos, desde Grecia y Roma, desde los celtas, desde los germanos, desde los eslavos, desde los baltos… Desde nuestros pueblos, y desde nuestra obra. Desde ésta nuestra tierra desde hace milenios, y desde nuestras culturas ancestrales y autóctonas. Desde nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. En defensa de nuestro ser. En el nombre de Europa.
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*Hay usos incoherentes de los términos ‘pagano’ o ‘paganismo’. Se escucha hablar de ‘paganismo universal’, aunque también de matrimonio ‘pagano’ y expresiones similares. Lo primero que hay que tener en cuenta es que el paganismo no existe; lo que tenemos son los diferentes pueblos y las diferentes culturas. Esta simpleza es la que está distorsionada por los conceptos antedichos.
Hay que recordar una vez más que estos son términos generales usados por los primeros cristianos para designar a los no cristianos; no distinguen entre un griego y un romano, un celta, o un germano… Son análogos a términos como ‘idólatra’ o ‘infiel’ (usado por los musulmanes). Estos términos carecen de significado preciso, no indican nada, o a lo sumo que el pueblo designado como tal no es judío, o no es cristiano, o no es musulmán. En boca de judíos, cristianos o musulmanes tales conceptos tienen un sentido negativo, además de peyorativo y despectivo. Son conceptos gruesos hechos para no distinguir, precisamente. Del otro no interesa más que si es o no es judío, cristiano, o musulmán. Estos conceptos generales hacen desaparecer a los diferentes pueblos, borran las diferencias esenciales. Y ésta era la intención. Los pueblos así designados no eran griegos, persas, egipcios, fenicios, o indios; eran simplemente ‘paganos’, ‘idólatras’, o ‘infieles’.
Pese a lo dicho, existen en estos días numerosas corrientes para-religiosas que se dicen a sí mismas paganas, o neo-paganas, que nada tienen que ver con las tradiciones arcaicas pre-cristianas o pre-musulmanas así denominadas. Me refiero a grupos que practican una suerte de pseudo-paganismo (espiritismo, ocultismo, astrología, wica, brujería…) inspirado, por lo demás, en los tópicos y vaguedades que pusieron en circulación cristianos y musulmanes en su literatura de propaganda. Estos paganismos, que se predican y apostolan aquí y allá como si fueran religiones universales cualesquiera, carecen no sólo de espíritu étnico (no es un pueblo el que los reivindica), sino de información y cultura al respecto.
Hay mucho sincretismo, se toma de aquí y de allá, al gusto del ‘inventor’. Sin conciencia étnica, sin sensibilidad espiritual alguna. Hay que decir que tales sincretismos fueron el principio del fin de la cultura griega o la romana (la inclusión o adopción de cultos extranjeros). Esa negligencia para con lo propio; esa pérdida de pureza.
No hay conciencia pagana, así, sin más. Carece de sentido hablar de espiritualidad pagana, o de creencias paganas, o de claves paganas para comprender el mundo… Todo eso es pura charlatanería, puro timo ‘religioso’ adaptado al caos cultural de los tiempos que corren.
Hay, sí, la conciencia, o la espiritualidad, que pueden proporcionarnos nuestras propias culturas ancestrales; algunas de las cuales fueron reprimidas, prohibidas, o destruidas. Esto es lo que hay que conservar, recuperar, o reivindicar.
Adviértase esto. Decir, por ejemplo, que los lapones ya no son paganos (desde su definitiva cristianización a mediados del XIX) es decir que los lapones ya no son lapones, porque el paganismo de los lapones consistía, precisamente, en su propia cultura ancestral y autóctona, fruto de innumerables generaciones. Los lapones perdieron su ser simbólico cuando la cristianización, o parte de él, en la medida que sigan conservando algunas de sus tradiciones pre-cristianas.
El único concepto que parece apropiado para el caso, actualmente, es el de ‘religiones (culturas) étnicas’. Si bien hay que aclarar que, así como los diversos paganismos no tenían nada que ver entre sí, las diversas religiones/culturas étnicas no tienen nada que ver entre sí; son ramas distintas del árbol de los pueblos y culturas del mundo. (¿Qué tienen que ver la religión/cultura san con la religión/cultura inui?)
En su momento tales términos deben desaparecer, pues son prestados, no propios, y no dicen nada acerca de nuestras diferentes tradiciones lingüístico-culturales; deben ser desestimados por los pueblos a los que se les aplica. Su cultura autóctona y ancestral tiene el nombre de su pueblo; no es pagana, o étnica. Deben prevalecer los nombres de los diferentes pueblos y culturas; se trata de la religión/cultura lapona, o la religión/cultura india, o la religión/cultura china…
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Hasta la próxima,
Manu