Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

60) Sobre el origen del Renacimiento europeo

Sobre el origen del Renacimiento europeo, y sobre la supuesta influencia del islam en nuestro actual estadio cultural.

Manu Rodríguez. Desde Europa (27/12/10).


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*A propósito de las reiteradas observaciones de los musulmanes acerca de lo que nuestra cultura europea (‘occidental’), desde el Renacimiento, debe a la cultura islámica. El último, Noureddine Ziani (presidente de la UCCIC), insiste en que ‘es imprescindible considerar los ‘valores’ islámicos una parte de los valores europeos’. Ziani apuesta (cómo no) por ‘aceptar la denominación islámico-cristiana para la civilización occidental’. Es una manera de hacer desaparecer a Europa de la paternidad de su propia cultura. El pastel se lo reparten los cristianos y los musulmanes.
Tales palabras, insidiosas e interesadas, y que deberían repugnar profundamente a cualquier europeo u occidental medianamente culto, no pueden ser obra más que de un ignorante, de un estúpido, o de un tramposo. Suenan a timo, a engañifa. Son palabras propias de impostores y de usurpadores (las castas sacerdotales cristiana y musulmana); de parásitos y oportunistas. No gracias, sino a pesar de estas ideologías estamos, culturalmente, donde estamos.
Más bien cabría sostener lo contrario de lo que sostienen, esto es, que el pensamiento filosófico medieval musulmán (su único período productivo, filosóficamente hablando) no habría existido sin el contacto con el pensamiento clásico europeo. Podríamos denominar a tal pensamiento euro-islámico, o greco-islámico. O incluso euro-persa, o greco-persa, dado el número de pensadores del ámbito iranio en el pensamiento musulmán.
Lamentablemente, desde el punto de vista político, eligieron antes el tendencioso pensamiento de Platón, aquel maestro de déspotas y tiranos, que las ponderadas reflexiones políticas de Aristóteles. Recuérdese la sociedad tripartita en la República y las Leyes (Platón), que influyó por igual en el pensamiento político de musulmanes y cristianos (recuérdese la jerarquía social medieval tal y como la pretendía imponer la casta sacerdotal cristiana, así como el conflicto entre los dos poderes –la dicotomía entre Iglesia y Estado mantenida por estos a lo largo de toda la Edad Media, con el apoyo de textos falsos, además). Remito al curioso lector a falsificaciones como la conocida ‘donación constantiniana’, en virtud de la cual Constantino, en su testamento, había nombrado a los representantes de la iglesia de Roma como herederos del Imperio romano.
*En primer lugar, con nuestro Renacimiento, lo que se produce es un ‘renacimiento’ (valga la redundancia) de nuestra cultura greco-latina pre-cristiana, y tuvo varios pasos que procuraré detallar de la manera más breve posible.
Comencemos por el principio. La pérdida (la destrucción) de multitud de documentos, textos, bibliotecas (además de monumentos, templos…) no comenzó con la cristianización del Imperio con Teodosio (395), sino mucho antes con Constantino.
La quema de la biblioteca de Alejandría a principios del siglo V fue obra de los cristianos (como ya todo el mundo sabe hoy). De paso diré que Hipatia tenía cuando esto sucedió unos setenta años. Nada que ver con la ‘madurita’ Hipatia que nos presenta Amenábar en su última película (Ágora).
Hay un segundo momento negro para nuestras tradiciones cuando el emperador Justiniano, a mediados del siglo VI, prohibió definitivamente la filosofía gentil en toda el área bizantina. Muchos pensadores huyeron y se perdieron por tierras de la actual Siria. Esto explica la multitud de libros griegos que se encontraban por aquella zona. Y la importancia de Platón y Aristóteles en el pensamiento judío y musulmán de los siglos medios en tierras de Oriente. ¿Qué sería del pensamiento (filosófico y científico) en el islam medieval sin esta fuente de textos griegos?
La zona ‘romana’, digámoslo así, estaba, filosóficamente hablando, prácticamente desierta. No quedaba casi nada. La única figura de relevancia es Boecio (siglo V). (Téngase en cuenta que no hablo de teología o de autores religiosos cristianos). No sé cómo pudieron sobrevivir los textos que nutrieron a los pocos pensadores hasta bien entrado el siglo VIII (periodo carolingio). No fue mucho lo que quedó, ciertamente. Ni Aristóteles ni Platón estaban completos.
Tercer momento. Todos aquellos textos griegos, aunque traducidos al árabe, volvieron a Europa de mano de los musulmanes, y circulaban en la zona islamizada (parte de la península ibérica, Sicilia…). Allí se tradujeron al latín y desde allí a nuestras universidades y demás.
Un cuarto momento fue la toma de Constantinopla a mediados del siglo XV por los turcos, que provocó la emigración de numerosos pensadores a la zona ‘romana’, con sus respectivas bibliotecas, y que supuso, por primera vez, completar la obra de Platón (tal y como hoy la conocemos), así como algunas obras de Aristóteles que no habían llegado por vía musulmana.
Ahora, un paso atrás. El Renacimiento propiamente dicho tiene su comienzo a mediados del siglo XIV, con las figuras de Petrarca y Bocaccio. Su primer movimiento es en la literatura y el arte. Bocaccio publica un ‘tratado de los dioses de la gentilidad’ greco-latina que influirá en la poesía y en la literatura posterior. Se recuperan formas poéticas y arquitectónicas clásicas (Vitruvio). Petrarca retoma la figura de Séneca. Guillermo de Ockham y Marsilio de Padua (entre otros) ponen los cimientos de un humanismo filosófico, jurídico, y político (no teológico) que alcanzaría a los derechos naturales y demás (ya en el periodo ilustrado). Aquí no tiene nada que decir ya ni el islam, ni el cristianismo, ni la Edad Media en general. Todo ha cambiado.
Los textos platónicos que entran un siglo más tarde tras la toma de Constantinopla, traen consigo un breve período de misticismo neoplatónico (Marsilio Ficino, Pico de la Mirandolla, León Hebreo…); un canto de cisne del Medievo, podríamos decir.
Nuestro Renacimiento no tuvo nada que ver ni con el islam ni con la cultura medieval en general (nuestra o ajena). La escolástica medieval (judía, cristiana, o musulmana) perdió fuerza e interés. No interesó más; eso fue todo.
El Renacimiento concluye a principios del siglo XVI, en vida incluso de Miguel Ángel. Filosóficamente hablando se produjo una crisis de los ideales renacentistas (humanismo renacentista). Figuras (filosóficas) relevantes de este siglo son Montaigne y Francisco Sánchez (hispano-portugués autor del libro ‘Que nada se sabe’, ‘Quod nihil scitur’, obra que merece ser leída), escépticos.
El siglo XVII supera el escepticismo post-renacentista con las figuras de Descartes, Leibniz, Spinosa, Pascal… Tras Copérnico (heliocentrismo) y otros, tiene comienzo la ‘ciencia’ moderna. Es un paso gigantesco el que se da en física y en matemáticas con las figuras de Kepler, Galileo, Descartes (geometría analítica), Leibniz (cálculo infinitesimal), o Newton (gravedad). Desde entonces nos alejamos más y más de los siglos medios. No sólo la Edad Media quedaba atrás sino incluso el período renacentista.
El despegue de la Edad Media, pues, tiene como punto de partida la recuperación del mundo clásico greco-latino. Pero en el campo científico ni Platón, e incluso ni Aristóteles, tenían mucho que decir (al menos a nosotros). Se buscan otros medios y modos de conocimiento (el empirismo), así como otros campos de reflexión. Una vez ya en el XVII (Descartes, Newton, Galileo, Leibniz…), aquel mundo medieval había desaparecido. No hubo retorno. Se continuó… El siglo XVIII (el siglo ilustrado), el XIX (el siglo de Darwin, de Maxwell…). Cada vez más lejos de los parámetros filosóficos y espirituales que movieron a los hombres y mujeres de la Edad Media (e, insisto, incluso de nuestro Renacimiento).
Nada he dicho acerca de la evolución de las formas políticas. Comenzó por la recuperación de los textos políticos y jurídicos griegos y romanos, así como por una reflexión sobre la democracia (griega) y las formas de gobierno más allá de la monarquía teocrática medieval (amalgama de influencia judeo-cristiana y platónica). Piénsese en los ensayos sobre ‘el gobierno civil’, de Locke; piénsese en todos los textos jurídicos y políticos del XVII y del XVIII. Por último recordemos las Revoluciones americana y francesa, que sentaron las bases de nuestras actuales formas de gobierno –jurídico-políticas y no sacerdotales (democráticas, no ligadas a ninguna religión). Esta particular trayectoria vuelve a descartar absolutamente cualquier influencia foránea.
Así pues, cuando nosotros, los europeos, hablamos de Renacimiento nos referimos estrictamente a este retorno o recuperación de las formas clásicas greco-latinas pre-cristianas (gentiles, para ser exactos) y que va de mediados del siglo XIV al primer tercio del siglo XVI, apenas doscientos años. Dada la naturaleza autóctona (gentil, pagana) de este renacimiento es evidente que el islam no tuvo nada que ver. Bien al contrario, de haber regido, lo hubiera impedido; así como impide y castiga toda innovación (‘bida’) en su área de dominio.
Ahora bien, si se refieren a algún Renacimiento científico, veamos esto. Nuestra ciencia procedía (ambas) de los griegos (Demócrito, Pitágoras, Tales, Euclides, Arquímedes, Eudoxo, Eratóstenes, Aristarco (primer sistema heliocéntrico conocido), Hipócrates, Galeno, Vitruvio… Hipatia…). Los filósofos de la naturaleza europeos habían conservado todas las innovaciones que se habían producido desde los griegos, vinieran de donde vinieran. Ningún europeo ha negado jamás las aportaciones a las ciencias físicas o a las matemáticas que nos venían del ámbito musulmán (numeración arábiga, óptica geométrica, el ‘cero’…). Pero no solamente del ámbito musulmán, también de China, y la India, aunque ciertamente, si llegaron a Europa, lo hicieron a través de la cultura musulmana.
Entonces, a la altura de Copérnico, ambos espacios culturales estaban, más o menos, al mismo nivel. ¿Por qué, pues, se produjo este salto gigantesco que digo en Europa y no en China, en Persia, o en Egipto? ¿Qué nos liberó de tal manera y nos lanzó hacia adelante, alejándonos de los otros pueblos, e, incluso de nosotros mismos?
Llegado a este punto solo cabe divagar. Andando el tiempo Europa produjo una civilización nueva, dio lugar a un nuevo período en la historia de la humanidad. No soy euro-céntrico. Tal fenómeno se produjo aquí como se podía haber producido en cualquier otro lugar. La verdad es que esto carece de importancia.
Pondré un ejemplo para poder explicar (y explicarme) esto. Me refiero a la transición del paleolítico al neolítico; al surgimiento de la agricultura, la ganadería… las ciudades, la arquitectura, la escritura… (Que suponen nuevos conocimientos y nuevas técnicas, así como nuevas superestructuras simbólicas). Este fenómeno se produce en algún lugar al Este de la actual Turquía (dicen los especialistas), sin embargo las primeras y grandes civilizaciones del neolítico histórico no se dan en lo que fue el origen o epicentro del nuevo período, sino más allá o en otro lugar (Sumer, Egipto, China, Mohenjo Daro…). Y aún se tardaron mil o dos mil años para que estas grandes civilizaciones neolíticas llegaran a producirse y alcanzaran su perfección (suponía el refinamiento de técnicas agrícolas, arquitectónicas, de canalización de aguas… la invención de la escritura, primordial).
Carece por completo de importancia, repito, que el lugar de origen de este nuevo período haya sido Europa (o el ámbito occidental, si se quiere), veremos dentro de quinientos o mil años que pueblo ha sido capaz de llevar esta nueva forma civilizatoria a su máxima potencia y expresión. Todos los pueblos estamos emplazados en el futuro.
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Espero que este breve texto disipe las dudas que los europeos pudieran tener acerca del origen de sus instituciones jurídicas, políticas, científicas, artísticas o filosóficas. No va dirigido a los pertinaces embaucadores cristianos o musulmanes, habituados a prosperar mediante la mentira, el engaño, y el fraude.
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Felices fiestas gentiles para todos los pueblos del árbol. Un nuevo brote nos ha nacido. Larga vida al árbol de los pueblos y culturas del mundo; larga vida al árbol de la vida.
Hasta la próxima,
Manu

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