Sobre el nuevo período genocéntrico


El camino que abrió Darwin nos ha conducido a la sustancia genética (al ADN). Este descubrimiento nos hace pasar (a todos los grupos humanos) del fenocentrismo al genocentrismo. El centro se ha desplazado de la criatura al creador (de los fenotipos a los genotipos). La sustancia genética es la única sustancia viviente (‘viva’) en este planeta. Nosotros, pues, no podemos ser sino sustancia genética. Esta ‘revelación’ (esta
auto-gnosis) ha partido en dos nuestra historia sobre la tierra. Todo el pasado cultural de los humanos ha resultado arruinado, vacío, nulo... La ilusión antropocéntrica que nos ha acompañado durante miles de años se ha desvanecido. Se ha producido una mutación simbólica (en orden al conocimiento y a la conciencia de sí como sustancia viviente única); el cariotipo humano entra en un nuevo período de su devenir.

Esta aurora, este nuevo día cuyo comienzo presenciamos, alcanzará en su momento a todos los pueblos de la tierra. Pueblos, culturas, tradiciones, creencias… todo lo ‘humano’ desaparecerá. Viene una luz (un saber, una sabiduría) tan devastadora como regeneradora. Esta regeneración del cariotipo humano en el orden simbólico tendrá sus consecuencias. En un futuro no muy lejano hablaremos, pensaremos, y actuaremos, no como humanos sino como sustancia viviente única.

No hay filósofos aún, ni poetas, ni músicos, ni científicos… para este período genocéntrico que inauguramos. No hay nada aún para las nuevas criaturas, para la sustancia viviente única –en
esta nueva fase de su devenir. Nos queda la elaboración de una cultura, de un ‘mundo’ nuevo (digno de la naturaleza de nuestro regenerado, de nuestro recuperado ser). Queda todo por hacer.

miércoles, 13 de octubre de 2010

50) A lo largo de la atalaya

A lo largo de la atalaya.

Manu Rodríguez. Desde Europa (10/10/10).


*


*Mundo desquiciado, descompuesto, roto. Los flujos migratorios musulmanes (asiáticos y africanos) están inundando el mundo libre. Dentro de algunos años no reconoceremos a las naciones y a los pueblos tradicionales en Europa o América; los perderemos para siempre.
Pese a las circunstancias, que empeoran cada día para los hombres y pueblos libres, hay que seguir luchando. No podemos perder el control en nuestras naciones. Si acaso las intenciones de la ‘umma’ en la ONU prosperaran (la de prohibir y penalizar toda crítica al islam en tierras no musulmanas), la oposición al islam en el mundo libre no tendría más remedio que pasar a la clandestinidad. En nuestra propia tierra. Esto sería ya demasiado. Es de lamentar la torpeza, la debilidad, y la cobardía de nuestras instituciones políticas y jurídicas; en los tiempos que corren, cuando más necesitamos gente valiente, despierta, y activa.
Sorprende la velocidad de nuestra caída; se está acelerando. La caída de las Torres Gemelas parece ser un modelo anticipado de la nuestra –Europa, y la misma USA.
¿Por qué; cómo ha sucedido esto; cómo se ha permitido? Es insólito, absurdo; es una pesadilla. Y no se hace nada por evitar la inminente y anunciada desaparición de nuestros pueblos y culturas. Todo parece indicar que es el fin, nuestro fin. Milenios de vida y esperanzas arrojados a la muerte y al olvido. Sin apenas resistencia.
*“Los dioses murieron de risa cuando uno de ellos dijo que era el único”, en palabras de Nietzsche. Hoy no tenemos ánimo para decir lo mismo; no son tiempos de ironía. Esto es lo que hoy conviene decir: “Los dioses han huido de espanto ante el ambicioso, violento, y mixtificador dios de la ‘umma’; nada más oír el eco de sus gritos y alaridos, han corrido a esconderse”.
Necesitamos dioses que nos protejan y defiendan. Pero, ¿qué es un dios? Un dios es un signo, y es un símbolo. Un signo/símbolo mediante el cual un pueblo habla, se dice; con el cual se siente identificado. Es un estandarte. Es el rostro, el carácter, la personalidad, la voz de ese colectivo. Uno o muchos, en cualquier caso, las diversas comunidades hablan y se expresan mediante sus dioses.
Hay que tener en cuenta, pues, el carácter étnico y local del dios de los musulmanes. Asistimos a una suerte de pan-arabismo. Es un dios árabe, y aunque muchos y diversos pueblos se hallen sometidos a ese dios (los que conforman la ‘umma’), sigue siendo un dios étnico, un dios que surgió en el seno del pueblo árabe –que ‘habla’ en árabe. Hay que tener en cuenta también que este dios es, en primer lugar, un retrato esperpéntico de su creador, y que éste lo impuso, antes que a ningún otro, a su propio pueblo (y de manera violenta).
Un dios que nos represente, que sea uno con nosotros, cosa nuestra. De esto se trata. Un dios mejor que el dios de la ‘umma’; mejor en sabiduría, mejor en fuerza, mejor en poder. Un dios que supere en voluntad de poder y de futuro al dios de la ‘umma’, a ese ‘dios’ que nos amenaza; que amenaza nuestro ser.
Perseverar en el ser (simbólico, cultural) supone, aquí y ahora, vencer.
Podemos ver en cada pueblo y cultura el comportamiento ofensivo de la ‘umma’, el ‘uso ofensivo de la fe’, por usar aquella certera expresión de Onega; la ‘ofensiva’ musulmana en cada pueblo y en cada cultura.
El dios de la ‘umma’ lucha en cada pueblo con su respectivo ‘dios’. Ataca los principios que unen a ese pueblo, los símbolos de su fe; sus signos/símbolos preferentes, supremos. Procura ‘convertir’ a los miembros de esos pueblos, privar a esos pueblos de los suyos. Divide y enfrenta a la población. Subvierte. Se afana por desintegrar, por destruir la cultura anfitriona. Así como hizo en la misma cuna; contra sus propios padres (aquel entorno lingüístico-cultural en cuyo seno nació), contra su propia cultura y su propio pueblo (el primer sometido); contra los suyos. Es tal su ambición de dominio que aspira al mundo entero.
Ésta es la lucha cultural y espiritual que sostenemos hoy los pueblos y naciones del mundo libre con la ‘nación’ islámica, con la ‘umma’; en esta su tercera oleada (su tercer intento). Se extiende como una patología social por todos los rincones del planeta. Una quinta columna; un ejército en la sombra; una sombra que avanza cada día. Puedo verlo desde la atalaya. Nada ni nadie, de momento, la detiene.
Hay un dios más anciano, más sabio, más poderoso que el dios de la ‘umma’. Un dios que no tiene nombre. Un ‘algo’ que no acertamos a decir. Un símbolo inefable. Éste ‘algo’ indecible será el que nos aliente e inspire. Padre/Madre de nuestra libertad, de nuestra verdad, de nuestra luz; de nuestro ser todo (natura y cultura). Éste/Ésta/Esto nos impulsará. Un viento impetuoso seremos contra el mal, contra nuestro mal. Venceremos.
Ruego a los lectores que se alleguen a esta lectura o visión de lo que hablamos, de lo que no paramos de hablar, que jueguen este juego; que vean de esta manera el asunto que nos traemos.
El asunto será historia, y será mito, y epopeya. “Vae victis!”
*
Hasta la próxima,
Manu

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